“Tenía 14 años y podría haber muerto esa noche, de tanto tomar alcohol”

PELIGROSA DIVERSIÓN - BEBER HASTA EXPLOTAR


El 66,5% de los jóvenes sabe lo que es pasarse con el alcohol. Y la gran mayoría de ellos (8 de cada 10) afirman que se emborracharon ocasionalmente o muchas veces.
 
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ARCHIVO LA GACETA
Lucía Lozano
LA GACETA

Ese día se levantó pensando en la noche. Creía que iba a ser “la gran noche y no el comienzo de las peores 48 horas de su vida. El era muy chico. 14 años. Flaco. Mediana estatura. Se había bañado y lucía impecable. La aventura recién comenzaba. Había que hacer tiempo para ir al a fiesta inaugural del Instituto Técnico. La previa, por esos tiempos (año 99), ya era muy importante. Emiliano recuerda ese día como si hubiera ocurrido ayer. Se juntó con sus amigos en la plaza Belgrano. Bebieron cervezas. “Me gustaba tomar, ponerme alegre. También había empezado a fumar”, detalla. En un quiosco de la zona compraron un fernet. Les dieron vasos de plástico muy pequeños. “No había forma de calcular bien para mezclarlo con gaseosa, así que lo tomábamos casi puro”, apunta.

Bebió uno tras otro. Ya sentía que algo no andaba bien. Le vinieron mareos. Se le nublaba la vista. Se reía por todo. Sin sentido. Camino a la fiesta, en un drugstore, se cruzaron con otro grupo de amigos. Le invitaron vino y cerveza. No se negó.

“Mis amigos me dieron un chicle para que no se me sintiera tanto el olor a alcohol y me dejaran pasar a la fiesta. Entramos y yo ya no daba más”, rememora. Había luces, música, todo se le mezclaba y le explotaba la cabeza. Había mucha gente. Sombras que se movían a su alrededor. Salió corriendo al baño. “No podía parar de vomitar. Estuve media hora así. Intentaba levantarme. Era imposible. Se me aflojaban las piernas”, describe.
 
Todavía le retumban en el oído las discusiones de sus compañeros: “no reacciona. ¿Le dieron drogas?” “¿Qué hacemos?” “Si lo sacamos así lo van a expulsar de la escuela” “¿Y si se muere?” Lo trataron de reanimar. Le pegaron en la cara. Uno salió corriendo a buscar un café a su casa. Y fue peor. Emiliano empezó a vomitar otra vez. Los compañeros decidieron que era hora de llamar al padre del joven.

Lo que pasó después es información que recolectó de sus amigos porque ya había perdido la conciencia. Su papá llegó rápido, lo subió a un auto y lo trasladó a un sanatorio. Se despertó al día siguiente, conectado al suero, internado en terapia. Estuvo 13 horas con esa sonda. No entendía mucho lo que estaba pasando. “Después me rodearon los médicos. Me dijeron que había sufrido un coma alcohólico. Me detallaron cómo me habían bajado las defensas. Las pulsaciones estaban bajísimas”, recalca.

Se largó a llorar. Pidió perdón una y otra vez. Los médicos le dijeron lo afortunado que era de estar vivo. “Si pasaban unas horas más sin llevarme al hospital tal vez estaría muerto”, cuenta.

“Fue muy duro para mí. Estuve dos meses sin tomar ni una gota. Pero después volví a las salidas con amigos y a emborracharme. Era la forma en la que nos divertíamos, así entrabas al grupo. Estuve descontrolado varias veces. Terminé a duras penas mi secundario. Sabía que ya tenía un problema con el alcohol”, resalta el joven, que ahora tiene 31 años.

¿Y cómo hizo para cambiar? “Cuando descubrí mi pasión por el ejercicio. Eso me salvó”, dice Emiliano, y detalla que dentro de muy poco se recibirá de profesor de Educación Física. En la platabanda de la avenida América al 2.000, donde transcurre esta entrevista, el muchacho de rostro blanco y mirada sensible dice que aceptó contar su historia porque ve que la cosa en la calle está cada vez peor.

“Es una estupidez emborracharte así, hasta quebrar, cada fin de semana. Eso te marca la salud para siempre. Y te pone en peligro. Casi me mata una vez un auto en la avenida Mate de Luna. Yo estaba cruzando, muy perdido. No veía nada. Tenía miedo. Pero seguía”, relata. También tuvo temor de sufrir cirrosis.

“Ahora pienso en todas esas veces que estuve tirado vomitando... podría haber estado con una chica, enamorado, pasándola bien”, dice. Se le pierde la mirada. Y la voz. Regresa para hablar de la familia: “yo tuve una muy complicada. Mis padres fueron muy sumisos. Me decían que no tome, pero nunca me hablaron en profundidad del tema. No había diálogo en casa. Tampoco me ponían límites. Ni castigos por llegar borracho. Nadie sabía si yo estaba sufriendo. A esa edad, en la adolescencia, uno no sabe qué hacer de su vida; necesitás que te guíen. La familia es fundamental”, evalúa, a la distancia de aquel hecho que lo llevó al borde de la muerte. “Yo veo a los chicos que toman cada vez más. Y ya no es sólo alcohol. Lo mezclan con otras drogas. Se arriesgan todo el tiempo. Es grave lo que pasa. Los padres se tienen que despertar. Alguien tiene que parar esto”, exclama. Y repite: “yo me podría haber muerto; no tiene sentido una muerte así de un adolescente”.

“Hasta quebrar”

Pasaron más de 15 años. Y, sin embargo, el testimonio de Emiliano está más vigente que nunca. Si hasta hace más de una década emborracharse “hasta quebrar” era algo esporádico, hoy para los adolescentes se volvió en una parte casi imprescindible de la diversión.

El 66,5% de los jóvenes sabe lo que es pasarse con el alcohol. Y la gran mayoría de ellos (8 de cada 10) afirman que se emborracharon ocasionalmente o muchas veces. Esto lo reveló un estudio nacional, realizado por la Universidad Siglo XXI, durante 2015. El trabajo fue difundido recientemente en la web.

El consumo de alcohol es más intenso y arranca antes, coinciden los expertos. En Tucumán, en la última década, el uso de alcohol por parte de los jóvenes se duplicó. Más de 60% de los estudiantes de nivel medio se alcoholiza. La edad de inicio es a los 13 años. Y ocho de cada 10 mezclan estas bebidas con energizantes. Los datos surgen de la última encuesta hecha por la Sedronar (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico) entre estudiantes secundarios.

Las consecuencias de las borracheras intensas se ven cada vez más en los hospitales, adonde los adolescentes llegan intoxicados, destaca Gustavo Marangoni, toxicólogo y experto en alcoholismo. También nota que ha crecido la preocupación de algunos padres porque ven a sus hijos beber demasiado. “Vienen a buscar ayuda, están alarmados. Creo que pese a todo lo grave de lo que está pasando es una buena señal”, resalta. Y concluye: “ojalá los padres se despierten de una buena vez”.

La mitad de los quioscos, en infracción

La venta de alcohol a menores en quioscos y drugstores sigue siendo el mayor dolor de cabeza para el Instituto Provincial de Lucha contra el Alcoholismo (IPLA).

“Más del 90% de los boliches cumple con la prohibición de expenderles estas bebidas a los chicos, pero no pasa lo mismo con los drugstores. Sólo la mitad cumple. Realizamos operativos sorpresa porque muchos de estos comerciantes desarrollaron estrategias para la venta. Se hace muy difícil detectarlos en infracción. El inspector debe caminar mucho por diferentes zonas para que no adviertan que estamos haciendo controles”, cuenta Daniel Sosa Piñero, titular del IPLA.

En promedio, el IPLA labra infracciones a 60 o 70 negocios de este tipo cada fin de semana. “Lamentablemente el comerciante prima su interés económico por sobre la salud de los menores. Hay lugares muy conflictivos, que ya tienen repetidas clausuras”, señaló el funcionario. Detalló que las multas arrancan desde los $ 7.500. “Antes demoraba bastante la efectivización de la multa. Ahora aceleramos esto para que la sanción económica llegue más rápido”, comentó. Sosa Piñero dice que le preocupa mucho el consumo de alcohol entre los adolescentes. Por ello, cuenta, el IPLA está más concentrado ahora en el programa “Activá tu Control”: “salimos a recorrer las previas y los boliches con preventores. Con juegos, tratan de explicarles a los jóvenes lo que genera la ingesta de alcohol e intentan incentivar a uno del grupo para que no beba y sea el ‘conductor designado’. Además, si los preventores hallan a alguien muy ebrio lo ayudan a recuperarse para que pueda volver a su casa seguro y tranquilo. Nuestro objetivo es reducir los riesgos que genera el consumo problemático de esta sustancia”.

El objetivo es volarse la cabeza, dice un experto
El principal problema a resolver, según los expertos en adicciones, es que hoy el alcohol está integrado a la diversión y no existe ningún cuestionamiento al respecto. Los adolescentes, dentro de su grupo de pares son presionados para consumir. Es su forma de integrarse y relacionarse.

“Hoy los chicos toman con un objetivo: volarse la cabeza. Se bebe mucha cantidad de alcohol y usan bebidas de alta graduación alcohólica. A veces, las mezclan con otras drogas. Los casos de intoxicación alcohólica son más severos y se producen a edades más tempranas”, señala el toxicólogo Alfredo Córdoba. Estas borracheras “express” pueden tener consecuencias inmediatas: entrar en coma alcohólico y llegar incluso hasta la muerte. Y también tienen efecto a largo plazo: complicaciones hepáticas, del estómago y deterioro neuronal, describe.

El toxicólogo Gustavo Marangoni explica: “las ingestas abusivas afectan mucho el desarrollo cerebral de los adolescentes, lo interrumpe en su parte emocional, justo en una etapa donde ellos tienen que aprender a manejar sus emociones, a elaborar sus frustraciones, a aprender del error. Estamos dejando inmaduros emocionales crónicos. Toda una generación incapacitada en ese sentido, que tiende a relacionarse impulsivamente.

Susana Ponce de León, experta en adicciones, se refirió a la peligrosa moda de consumir alcohol con energizantes. “La combinación puede desencadenar situaciones graves: desde fallas metabólicas hasta acidosis respiratorias y a largo plazo una diabetes, por ejemplo. El alcohol genera daños neuronales muy serios. Los chicos lo toman como un juego; no saben con qué se están metiendo”, concluyó.

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