Una escuela rural se quedó con un solo alumno y piden que no la cierren
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La lucha por seguir estudiando en un paraje bonaerense
Uriel Biondini tiene 9 años y es el único chico que asiste a una primaria que queda cerca de Bragado. El resto de los alumnos se fue por las inundaciones que en 2015 acecharon la zona. Pero él quiere quedarse.
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A unos 220 kilómetros de Capital, primero por las autopistas 25 de Mayo y Perito Moreno, luego por las rutas nacionales 7 y 5, pasando por la Provincial 46 y siguiendo varios kilómetros por un camino de tierra, está la Escuela N° 26 del Paraje La Criolla, en Bragado. Se la puede llamar así o como “el colegio de Uriel”, teniendo en cuenta que este nene de 9 años es su único alumno. Quedó solo junto a su maestra Alejandra Ramos hace dos meses cuando la compañerita que empezó este año con él se cambió de primaria. La falta de chicos se debe a varias razones: según los lugareños, a la ya poca gente que vive en la zona (se calcula que acá residen menos de 30 personas), se sumaron las inundaciones que, a mediados del año pasado, dejaron cientos de hectáreas bajo el agua y motivaron a algunas familias a abandonar el paraje. La pérdida del techo de la escuela, que se voló en dos ocasiones, terminó de complicar el panorama. Hoy, maestra y alumno, cada uno desde su lugar, sostienen el colegio y piden ayuda para que no cierre.
“Cuando empecé primer grado éramos cuatro. Y al poco tiempo, llegaron más y fuimos seis”, relata Uriel Biondini a Clarín. Tener más compañeros era sinónimo de más amigos, de chicos para jugar en el recreo, charlar en el aula y hasta copiarse, según confiesa. Por eso, vivió con un poco de angustia la partida de Barbara –la única “sobreviviente” en la matrícula 2016– que se pasó a una escuela con jardín de infantes a la que su hermano chiquito iba a ingresar. “Lo primero que pensé al quedarme solo fue que me iba a aburrir y después tuve miedo por el colegio, porque le tengo cariño y no quiero que lo cierren. Mi hermano egresó acá y yo quiero hacer lo mismo”, suma ya con más confianza, luego de varias respuestas con monosílabos.
Alejandra comparte con Uriel las ganas de seguir. Ella vive en Bragado y hace 70 kilómetros (entre ida y vuelta) todos los días para dar clases. En el camino, lo busca a Uriel por su casa con su Renault 12 blanco y, juntos, cruzan campos de soja –que en esta época lucen pelados y emblanquecidos por el fin de la cosecha gruesa– por unos 6 kilómetros de tierra hasta la escuela. “El año pasado, nos quedamos varias veces con el auto por las lluvias. Por suerte, en 2016 el clima nos viene acompañando”, detalla Alejandra, que asegura que además de maestra y directora, es un poco portera y también jardinera “porque alguien tiene que ocuparse del pasto, por lo menos de la entrada”. Ella también se encarga de la limpieza y de preparar la merienda mientras Uriel juega “a picar la pelota” o pasa el tiempo en la computadora.
La jornada de ambos arranca a las 13. “Lo primero que hacemos es entonar la canción a la bandera aunque sin izarla porque el mástil se rompió durante uno de los temporales”, aclara Alejandra. Luego, tienen dos bloques en los que ven un poco de Lengua, Matemática, Sociales y Naturales. En el medio, comen galletitas con dulce y mate cocido. Hasta aquí todavía no llegó ni el agua corriente ni el gas natural, por lo que se las arreglan con pozo y garrafas. A las 17, salen de regreso para lo de Uriel, generalmente con “tarea para el hogar”. En la tranquera, Elsa Gallo, su mamá, lo recibe. A esa hora, ella suele estar en la casa junto a su hijo mayor, de 14, mientras, Héctor Biondini, papá de Uriel, sale a “recorrer la vaca” (lleva los animales de un lugar a otro) o a trabajar en las plantaciones.
Elsa cuenta que la inspectora provincial ya se contactó con ella para avisarle que tienen la intención de reubicar a Uriel. “Yo no quiero que eso pase y no solamente por mi hijo. En los campos hay movimiento (gente que se queda una temporada y luego migra), ya lo vi en otra escuela en la que sostuvieron la cursada dos años con un chico y luego se sumaron otros 13”, resume la mamá y advierte que “si el colegio cierra sus puertas no va a abrir más y que, con eso, no solo se va a perjudicar Uriel sino todos los chicos que, en el futuro y por el trabajo de los padres, se muden al paraje”.
Alejandra confirma los dichos de Elsa y coincide con su apreciación. “En los últimos cinco años, cerraron en la zona al menos cinco escuelas y ninguna volvió a abrir. En general, los lugares terminan abandonados y los saquean”, remarca la maestra que dice haber recorrido las estancias próximas en busca de alumnos, por ahora, sin éxito.
“Yo lo hablé con la inspectora y le dije que me sentía frustrada porque sé que para Uriel es importante el intercambio con pares. Ella me respondió que no se pueden sacar chicos de abajo de la tierra”, confía la maestra con lágrimas en los ojos. “No vamos a mentir en la matrícula para continuar, nuestro plan es fomentar el ingreso de alumnos para el año que viene, aunque tengo miedo de que no lleguemos”, advierte Alejandra, que teme que aprovechen el receso invernal para cerrar. “Le pongo el corazón a esta escuela y Uriel también, es muy buen estudiante y quiere terminar acá. Espero que no se quede sin esa oportunidad”, finaliza Alejandra.
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