Egresados a pulmón: frente a todas las trabas, lograron el sueño de graduarse
Desde una joven que se recibe del secundario en un paraje rural a más de 2000 metros de altura hasta un hombre que retomó la primaria a los 57, historias de los que eligieron no bajar los brazos
LUNES 11 DE DICIEMBRE DE 2017
Teresa Zolezzi
LA NACION
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No fue fácil, pero lo consiguieron. Ni las dificultades económicas, ni la edad, ni la distancia ni los prejuicios impidieron que Silvana Ledezma, que vive en un paraje rural a más de 2000 metros de altura; Pedro Abaca, quien retomó la escuela a los 57 años, y Carolina Mattina, una joven con síndrome de Down, estudiaran y consiguieran su merecido título. Esta semana, su sueño de terminar la secundaria o la primaria se hará realidad.
Sus historias se contraponen a los alarmantes números que arrojan las estadísticas educativas. Desde la Fundación Cimientos afirman que en nuestro país 49 chicos por hora abandonan la escuela secundaria. Y según el Cippec, a pesar de que es obligatorio en la Argentina desde 2006, hay alrededor de 500.000 adolescentes que hoy no acceden al nivel secundario.
Los especialistas sostienen que las causas detrás del abandono son diversas y afectan principalmente a los sectores social y económicamente más vulnerables. A diferencia del nivel primario, en el que la cobertura es casi universal, la secundaria presenta mayores dificultades para el acceso, la permanencia y el egreso, especialmente entre los jóvenes de los hogares más pobres.
Por otro lado, existe consenso en que a la hora de hablar sobre los motivos por los cuales los chicos abandonan su escolaridad es importante identificar aquellos vinculados con la propia escuela y los que están relacionados con el contexto (por ejemplo, problemas económicos de las familias, trabajo adolescente, maternidad y paternidad jóvenes, adicciones y violencia).
Para hacer frente a estas problemáticas, desde las distintas organizaciones sociales destacan la necesidad de desarrollar estrategias específicas de acompañamiento.
Alejandra Cardini, directora del programa de Educación del Cippec, afirma: "Las políticas que buscan acompañar a jóvenes y adultos en la reinserción escolar deben tender puentes sólidos entre las situaciones particulares de las personas que se caen del sistema educativo y las posibilidades concretas de reinserción".
Ese es precisamente uno de los pilares de trabajo de la Fundación Cimientos: el acompañamiento "uno por uno" de los alumnos. Esto se debe a que "en las poblaciones más vulnerables la ausencia de referentes dentro de la familia o de un modelo a seguir demanda estrategias más personalizadas, que fortalezcan en cada chico el sentido de posibilidad, la resignificación de la obtención del título secundario como punto de partida para tener una inserción al mundo adulto con más y mejores oportunidades", explica Magdalena Saieg, directora de programas de la organización.
A su vez, dentro de los motivos de abandono asociados a la propia escuela, los referentes consultados subrayan la falta de sentido que los chicos -sobre todo los adolescentes- ven a su paso por las aulas.
Múltiples desafíos
Para revertir esta situación, Cardini asegura que hace falta trabajar las diferentes materias de forma interdisciplinaria, por proyectos, que interpelen e involucren a los alumnos.
"Las prácticas de enseñanza y aprendizaje deben virar hacia modelos más participativos y cooperativos, que despierten la curiosidad y el interés. Por otro lado, es importante crear equipos institucionales en las escuelas comprometidos con un proyecto en común", profundiza.
En este sentido, Manuel Álvarez Trongé, presidente del Proyecto Educar 2050, agrega la necesidad de impulsar estrategias innovadoras acordes con los alumnos de hoy: "La enseñanza enciclopédica hace que los chicos, además de aburrirse, se embronquen. El sistema educativo pide a gritos una educación para el siglo XXI, que esté adecuada al mundo actual y a los avances tecnológicos".
Álvarez Trongé dice que hay otros dos factores que contribuyen a la lucha contra el naufragio educativo. Uno de ellos es el liderazgo de alguien que acompañe y estimule a los chicos para ayudarlos en el camino de su educación. Muchas veces son los mismos docentes, que además de enseñar se transforman en padres, psicólogos y asistentes sociales.
El otro factor se vincula para él con la enorme voluntad de los alumnos "que ven en la escuela su salvavidas futuro. La convicción, la fuerza y las ganas de mejorar para comprometerse con su propia vida".
Pedro Abaca. "Aprendí a leer y a escribir: ahora puedo defenderme"
Pedro Abaca se las rebusca para ganarse la vida. A los 62 años, trabaja en la calle vendiendo a los taxistas los rollos de papel para el ticket de los viajes. Y cuando llueve, para conseguir un ingreso extra, les ofrece paraguas a quienes el agua agarra desprevenidos en la Plaza San Martín de la ciudad de Córdoba, donde vive.
Allí, por recomendación de un amigo, conoció el Hogar de Día María Justa de Moyano, donde a la hora del almuerzo les brindan un plato de comida a él y a otras 90 personas en situación de vulnerabilidad social.
Pero este lugar no sólo lo ayudó a calmar el hambre, sino que también le dio una nueva oportunidad: aprender a leer y a escribir, una cuenta pendiente que había dejado inconclusa en 2° grado y que decidió retomar a los 57 años.
Las dificultades económicas que atravesó durante su infancia y un accidente que sufrió más tarde en la cabeza fueron las principales trabas que interrumpieron el camino de su escolaridad. Pero la vida lo sorprendió con otra posibilidad.
"Yo no sabía leer ni escribir y quería aprender muchas cosas. Antes me daban una dirección en un papel y no entendía, me perdía. Ahora puedo defenderme y estoy más tranquilo. Por ejemplo, veo un cartel en la calle y lo leo. Y si tengo que hacer las compras o firmar un documento, también me sé manejar", dice Pedro, que hace dos semanas terminó la primaria gracias a una escuela que funciona dentro del hogar María Justa, perteneciente a la Municipalidad de Córdoba.
En total, este año cursaron allí 12 adultos mayores (el más grande tiene 84 años). La institución está abierta todos los días del año y ofrece a las personas en situación de calle talleres culturales y recreativos, además de asistencia psicológica.
Llevar la bandera
Pedro también fue elegido abanderado por su compromiso y por su asistencia a clases. Esto implicó hacer malabares para trabajar y estudiar al mismo tiempo.
"Tenía que dejar mi trabajo para venir a clases y tomarme dos veces el colectivo, que está muy caro. Cuando llovía, me acercaba al hogar y le pedía permiso a la maestra para vender los paraguas. Ella siempre me decía que sí", cuenta Pedro, y confiesa que al principio le costó mucho volver a estudiar.
Pero todo se hizo más fácil gracias al apoyo de los profesionales que trabajan en la institución, entre ellos su docente, Mercedes Cuevas, y la asistente social.
"Todos los adultos mayores a los que enseño vienen de experiencias de vida muy difíciles. No tuvieron elección y encuentran acá una oportunidad. Me genera una alegría enorme que logren terminar, que se puedan manejar mejor en
la vida, desde leer una receta del médico hasta escribir su número de documento", cuenta Cuevas.
Según la docente, los adultos mayores tienen otro entusiasmo, esfuerzo, compromiso y ganas.
En este sentido, Pedro agrega: "Tuve la suerte de encontrar este lugar porque me ayudaron mucho. Estoy muy contento y agradecido". Para él, su docente significó un sostén fundamental tanto dentro como fuera del aula: estuvo presente para acompañarlo al médico y hasta para ir a hacer un trámite en el banco.
Además, este hombre se siente agradecido por la ayuda que le brindaron sus compañeros del hogar, también en situación de vulnerabilidad, que muchas veces le dieron una mano a la hora de hacer la tarea. En los tablones de madera del comedor, antes o después del almuerzo, algunos le dictaban, otros le leían y hay quienes lo asesoraban con las sumas y restas.
Por eso, cuando se enteraron de que pronto se realizaría un acto de fin de curso para celebrar el logro de su amigo, enseguida dijeron presente. "¿Cómo nos lo vamos a perder si él también es un poco nuestro alumno?", asegura Pedro que dijeron.
El día del festejo, juntos disfrutaron del show de folklore y tango que se hizo en su honor. También estuvieron presentes su mujer y nietos, que pasaron al frente cuando recibió su diploma.
Hoy, una de sus metas es arreglar su casa en Villa Las Violetas. "Ya compré un tarro de pintura y el mes que viene voy a comprar el otro que me falta", cuenta entusiasmado.
Y concluye: "Nunca me imaginé que iba a terminar la primaria a mis 62. Ya le dije a la señorita Mercedes que el año que viene me siga dando deberes para hacer en mi casa, así no me olvido de lo que aprendí".
Silvana Ledezma. "Hoy mi sueño es estudiar enfermería"
"Todavía no caigo", confiesa Silvana Ledezma, de 22 años. Es la primera integrante de su familia en terminar la escuela secundaria y una de las primeras jóvenes que logran recibirse en la zona rural cercana al pico más alto de la provincia de Córdoba: el cerro Champaquí, de más de 2800 metros de altura.
"Después de egresar quiero estudiar enfermería", continúa entusiasmada la alumna, que recibirá mañana su título. Sueña con poner su vocación al servicio de los habitantes del paraje donde vive y en el que actualmente no hay ningún profesional de la salud para asistirlos en caso de emergencia.
Y es que al Champaquí solamente se puede llegar a pie, caballo o lomo de burro, recorriendo las Sierras Grandes por caminos rocosos, una aventura que tarda aproximadamente cinco horas y que se dificulta si las condiciones climáticas no acompañan. Allí, donde las familias viven del turismo y de la cría de animales, no hay señal de teléfono, Internet ni electricidad.
Compromiso docente
Silvana pudo seguir la secundaria gracias al compromiso incondicional de un grupo de docentes.
Hace seis años, el aislamiento en el que ella y sus vecinos viven hacía imposible que los estudiantes pudieran continuar su educación una vez finalizada la primaria.
Preocupados, un grupo de padres del Champaquí -y también de Villa Alpina, que sufrían el mismo problema- se acercaron a la escuela Los Tabaquillos, en La Cumbrecita.
La respuesta no tardó en llegar. Cada tres semanas, Giacomo Ponta, director de la institución, junto con otros docentes, recorre a lomo de burro las sierras cordobesas para reunirse con los estudiantes. A su vez, estos concurren cada dos meses a La Cumbrecita para compartir experiencias con el resto de la comunidad educativa.
"El esfuerzo que hacen los profesores es impagable. No cualquiera lo hace. Esto te cambia la vida porque acá estamos como encerrados en una burbuja. Salís y te abre la mente. Los docentes quieren que tengamos un buen futuro", explica Silvana, que trabaja en un albergue turístico.
Junto a ella, también se recibirán otros siete jóvenes. Destaca la "insistencia del director para convencerla de que no se diera por vencida cuando el estudio se le hizo cuesta arriba. "Si no fuera por Giacomo, yo no habría seguido. Si bien le tengo mucho respeto, más que profesor, lo siento como un amigo. Te aconseja, es una buena persona", asegura Silvana.
Y confiesa: "Tuve que vencer varios miedos y salir de mi zona de confort para cumplir mis metas. Me siento orgullosa de mí misma porque no me creía capaz de hacer un montón de cosas y ahora sí. Les debo mucho a los profesores y también a mi familia que siempre me alentó".
Carolina Mattina. "Me emociona recibirme; hice muchos esfuerzos"
Carolina Mattina está organizando una fiesta para celebrar a lo grande: muy pronto se recibirá en el Instituto ESBA de Flores, un bachillerato para adultos donde cursó los últimos años de la secundaria, con el apoyo de una maestra integradora. "Me emociona terminar la escuela porque fueron muchos los esfuerzos que hice", dice esta joven de 20 años con síndrome de Down.
"Haber estudiado me dio muchas cosas lindas. Hice muchos amigos", cuenta Carolina. Y sonríe al confesar que su mamá "llora de alegría", por el gran paso que ella está por dar.
Llegar hasta aquí significó derribar barreras y hacer oídos sordos a quienes, alguna vez, dijeron "ella no va a poder". Sus padres, Estrella Peroña y Mario Mattina, aseguran que fueron estos noes los que encendieron en su hija los deseos de ser una persona más autónoma e independiente.
"A pesar de su dificultad, Carito tiene mucha garra y polenta. Nosotros nunca dudamos de ella. El «sí, se puede» está primero -afirma Mario-. Al igual que sucede con el resto de nuestros hijos, como padres nunca les vamos a quitar posibilidades. Después, si hay algo que Carolina no puede hacer porque tiene discapacidad intelectual, entonces lo vemos, pero que el techo se lo ponga ella".
El camino de la educación inclusiva fue arduo. Cuando terminó la primaria, la escuela a la que iba le sugirió a la familia que continuara la secundaria en una especial. Pero la joven se opuso: "Yo voy a poder en una escuela común", repetía convencida.
Un arduo recorrido
De primero a tercer año Carolina cursó en una escuela privada en Villa Devoto, hasta que un día tomó la decisión de cambiarse de colegio, ya que sentía que el ritmo era demasiado exigente.
Ella y sus padres comenzaron a golpear las puertas de distintas instituciones para transitar los últimos años de la secundaria. La búsqueda fue larga y, en el medio, tuvieron que enfrentar las excusas, miedos y prejuicios de los colegios que le negaban el ingreso.
Finalmente, conocieron el ESBA de Flores, a 15 cuadras de su casa. "Allí encontramos una apertura impresionante. Sus amigos vienen a casa, se juntan a comer. Todos la quieren a Caro", dice Estrella.
Mario agrega con orgullo: "Donde Carito va, se gana su espacio, su lugar. A veces, a ella le puede costar el triple hacer algo, pero lo logra". Y confiesa: "Sentimos mucha alegría de que se reciba, pero no lo vemos como un camino concluido, lo tomamos como el comienzo de otra cosa. Lo que aprendió hasta ahora tiene que seguir desarrollándolo".
Carolina sueña con vivir sola, tener novio y seguir alimentando su costado artístico a través de la música, la radio y el patín. "Mis sueños son muy grandes", afirma con una sonrisa.
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