La educación es el único camino para que la “vieja 38” deje de ser “la ruta de la muerte”
La educación es el único camino para que la “vieja 38” deje de ser “la ruta de la muerte”
En el trayecto hay más grutas que kilómetros de extensión. Expertos proponen soluciones para esa traza que en 2017 se cobró 400 vidas.
07 Ene 2018 19
La pequeña gruta está ubicada a la vera de la ruta 301, unos cinco kilómetros antes de llegar a las Ruinas de Lules. Hay que estar atento para verla, ya que asoma rodeada de yuyos altos, al borde de un pequeño canal que acompaña casi toda la extensión del camino. Sobre la construcción reposa una motito color roja, construida artesanalmente. Hay un nombre, Claudio Martínez; un apodo, Pancho, y un año: 2003. Él fue una de las tantas víctimas que la ruta que sale desde Ojo de Agua y llega hasta Huacra, en el límite con Catamarca, se cobró a lo largo de los años.
La 301 llega hasta Famaillá, donde se renombra como 38, mote al que ahora se le sumó la palabra “vieja”, desde que hace dos años se inauguró una nueva traza. Pero el número es sólo eso. Todos conocen a ese trayecto como “La ruta de la muerte”.
A lo largo de toda la traza, se suceden las grutas. Hay más de esas construcciones que kilómetros en sí. Son en total 182. Y representan acabadamente el por qué del trágico apodo del camino.
El paso de los años no hizo más que acrecentar el registro. El ingeniero Pedro Katz, un experto en el tema vial, indica que sólo en 2017 murieron 400 personas sobre la vieja 38. “Hubo unos 160 homicidios en la provincia, por lo que el número de víctimas de accidentes viales es muy superior”, indica.
El médico Rodolfo Cecanti, cardiólogo del Hospital Miguel Belascuain, de Concepción, explica que en los primeros seis meses del año atendieron por siniestros viales a 1.300 personas. “Todos los esfuerzos que se hacen parecen ser pocos”, reflexiona.
La ruta, salvo contados tramos, está en buen estado. Es angosta, pero está bien demarcada y no hay baches peligrosos. El peligro, según coinciden los especialistas, está en los conductores, en la masa de personas que se traslada a lo largo del camino en todo tipo de vehículos y que convierten a la ruta en una invitación a la tragedia.
A pesar de que se asegura que los controles se incrementan y que tanto la Policía Vial como las reparticiones municipales tratan de ordenar ese caos, las víctimas aumentan en lugar de disminuir. Familias enteras de hasta cinco personas en pequeñas motos, camionetas desvencijadas cargadas hasta el tope de chatarras, colectivos que superan la máxima velocidad permitida, camiones que sobrepasan vehículos en zonas prohibidas, bicicletas transitando por el medio y no por los costados, autos que cruzan en rojo...
Entonces, ¿qué hay que hacer para curar esta pandemia? Los expertos no tienen dudas: coinciden en que la única manera de tratar de evitar siniestros es poner el acento en la educación.
Katz hace hincapié en una ley nacional, la 27.214 de 2015, que obliga a la promoción de la educación vial en los centros educativos, norma a la que Tucumán adhirió en 2016, pero que nunca se aplicó. “No hablamos de enseñar específicamente educación vial, sino que todos los profesores, sin especificar áreas, puedan brindar detalles del tema cada uno desde su puesto. Es la única manera de que esto se resuelva. Que los alumnos, desde temprano, tomen conciencia de los peligros de las rutas y de la conducción”, dijo el especialista. Cecanti confirma la idea. “Hemos hecho trabajos en el hospital, donde invitamos a funcionarios y médicos y la respuesta fue fabulosa. Pero tenemos que hacer llegar esos conocimientos a los estudiantes. Hay que apuntar a las nuevas generaciones. Que ellos tomen conciencia para superar este flagelo”, indica.
Si se trata de educación, el ministro del área Juan Pablo Lichtmajer no puede más que coincidir con Cecanti y con Katz. “Estoy convencido de que es el camino. Podemos hablar de rutas, de medidas de seguridad, de mayores controles, pero nada es más importante que la enseñanza para la toma de conciencia”, dice y asegura que ya hay planes en marcha y que durante 2018 se profundizarán. “Buscamos entre todos una solución. Ojalá que podamos aportar mucho desde nuestra área”, remarca.
Katz afirma que gastar en campañas de aprendizaje y concientización no garantiza votos, como otras acciones del Estado. Pero que hay que tener una política concreta al respecto. “Si pretendemos dejar de denominarla ‘la ruta de la muerte’ es la única salida”, afirma.
¿Será necesario, entonces, que todos los que deben involucrarse en un tema tan delicado pasen y se detengan en la gruta de Martínez o en cualquiera de las otras decenas que se extienden a lo largo del camino para entender la gravedad del tema? ¿O deberemos esperar que las nuevas generaciones, con sus nuevas inquietudes, tomen la responsabilidad para resolverlo?
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