Malvinas: el cementerio donde las tumbas al fin tienen nombre
Madres añosas venidas de Chaco o Misiones, hincadas ante tumbas sin nombre con la secreta esperanza de que sea allí donde descansa su hijo caído en Malvinas. Esa imagen repetida durante décadas en el cementerio argentino de Darwin, una de las más tremendas y habituales del legado de la dictadura -muertes agravadas por la incertidumbre que conlleva la imposibilidad de velar un cuerpo-, pronto dejará de existir.
Impulsado por el tesón de un conscripto que estuvo en la guerra y se indignó ante la suerte de sus compañeros de armas, el Estado pronto empezará a saldar una de sus deudas más ominosas: ponerles un nombre a las 121 placas del cementerio donde están enterrados soldados argentinos que por desidia, impericia o cálculos políticos no fueron identificados al finalizar la guerra, y hoy yacen con una inscripción desoladora: "Soldado argentino solo conocido por Dios".
El proceso para identificar las 121 tumbas que están como NN dio, al momento, 88 resultados positivos, y en 76 de esos casos las familias ya recibieron la noticia. Son los que hoy presenta LA NACION en exclusiva: 76 historias de soldados con sus ubicaciones en Darwin. En los próximos meses, esos caídos en la guerra tendrán una placa con su nombre. "Eduardo volvió a nacer", dijo tras recibir la noticia de la identificación María del Carmen Araujo, la madre del soldado conscripto Eduardo Araujo, que durante años durmió con la chomba beige marca Penguin de su hijo sobre su cara.
En el caso de Ricardo Argentino Ramírez, el alivio tiene forma de bolsa cerrada al vacío: allí descansan tres objetos -una medallita con su nombre, un cortauñas y un recuerdo de Ushuaia- que el soldado tenía entre sus ropas y que les fueron entregados a la familia con la noticia de que al fin tenían una tumba donde llorarlo.
Adelma Mendez, la madre del soldado Jorge Luis Sisterna, deberá mover el poncho y el rosario con el que, al no saber cuál era la tumba de su hijo, abrigaron una de las cruces sin nombre. El camino será corto: con la identificación se enteraron de que Jorge descansaba en la tumba que estaba justo al lado.
"Siento alivio y un poquito de alegría, porque al menos ahora sabemos dónde está la tumba y podremos visitarlo", dijo la madre del soldado Horacio José Echave. Todo lo contrario a su estado de ánimo del 26 de junio de 1982, cuando dos uniformados se acercaron a su casa para decirle que Horacio estaba "desaparecido" luego de la guerra. Fue tal la angustia que se olvidó la carne que un rato antes había dejado en el horno. El olor a quemado la sacudió de su pena.
Nora del Valle Juárez estaba embarazada de su cuarto hijo cuando Oscar Blas, su marido, se fue a la guerra. Era paracaidista y cayó al segundo día de su desembarco en circunstancias que aún no se conocen. Lo que ahora sí saben es dónde está su cuerpo. "Me trajo mucha paz", dijo Nora sobre la noticia.
Juana, la madre de Enrique Ronconi, en cambio, aún guardaba esperanzas de que un día apareciese, de que le tocasen el timbre y fuese su hijo, quizás acompañado de su mujer isleña. La noticia de que eso no ocurriría, de que Enrique, el rugbier elegante del Old Georgian Club de Quilmes había muerto en la batalla de Monte Longdon y está hace más de 30 años enterrado bajo una lápida sin nombre en el cementerio de Darwin le despertó sensaciones encontradas: "Se acabó la ilusión; pero ahora ya sé dónde está Enrique", dijo.
El héroe de la identificación
El alivio de estas familias responde al trabajo de muchas personas, pero tiene un gran responsable: Julio Aro. Como soldado conscripto había peleado en la guerra y en 2008 volvió a Malvinas. La leyenda "Soldado argentino solo conocido por Dios" lo angustió. "Podría haber sido yo", dice. Como los soldados en todos los conflictos, llevaba una chapita colgada del cuello donde debería haber estado grabado su nombre, pero por la falta de previsión de las Fuerzas Armadas Argentinas muchos no la tuvieron. La de Aro solo tenía el escudo de su división, y él escribió su nombre en un papel y lo pegó con cinta adhesiva. "Con el clima de las islas, ese papel no duró ni un día", dice.
Al volver, fundó la ONG No me Olvides y comenzó a batallar para ponerle nombre a esas tumbas. Su primer gran avance llegó gracias a un inglés, Geoffrey Cardozo, el militar británico que tuvo a su cargo la dura misión de recoger los cuerpos de los soldados argentinos esparcidos en los campos de batalla y de exhumar aquellos que se encontraban en tumbas de guerra para darles digna sepultura en el cementerio de Darwin. Aro se reunió con él en Londres y se fue con un informe pormenorizado que Cardozo había elaborado durante su trabajo en Malvinas. Estaban los datos de todos los caídos, incluso aquellos que no había podido reconocer, e incluía dónde los había encontrado y en qué tumba estaban enterrados.
"No había registros dentales, ni detalles de huellas dactilares, ni conocimiento de la naturaleza militar argentina. Encontré números de identificaciones en algunos cuerpos, que luego supe que podía ser un número de identidad personal del soldado, pero no tenía más información al respecto", relata Cardozo antes de conmoverse. "Hice todo lo que pude en esas circunstancias", asegura.
El cementerio de Darwin, un paraje desolado y ventoso, quedó entonces con 230 cruces blancas, 121 de ellas sin un nombre. La cúpula militar argentina, en retirada luego de perder la guerra, nunca se ocupó del tema. "Se hubiese podido identificar a todos o a gran parte de los NN en 1982 y no hacer esperar 35 años a muchos padres que no sabían dónde estaba sepultado su hijo. Algunos de ellos murieron durante esta espera sin saberlo", se queja Aro.
Federico Lorenz, historiador y director del Museo Malvinas, apunta a la situación política como explicación de esa negligencia. "Era una dictadura que se estaba yendo, con evidencias claras de las atrocidades cometidas en violaciones a los derechos humanos y denunciados por traición a la patria por la Coordinadora de Ex Combatientes. Remover Malvinas era lo último a lo que estaban dispuestos", dice.
El caso de Gabino Ruiz Díaz, enterrado como NN y recién identificado en 2017, es de los más notorios. Al enterrarlo, Cardozo anotó su número de DNI, que Ruiz Díaz tenía entre sus pertenencias, en el informe que el Estado argentino nunca le pidió y que recién se divulgó ante la consulta de Aro. Con cruzar ese número con el padrón, su familia se hubiese ahorrado décadas de angustia.
Gestiones
La gestión recién se destrabó cuando Aro logró la atención del músico Roger Waters, que estaba de gira en la Argentina, y le llevó el tema a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El Estado argentino activó su maquinaria y, con la coordinación de la Cruz Roja, el último 18 de junio un equipo de 14 personas aterrizó en Malvinas para trabajar sobre las tumbas de los NN.
El final de ese proceso fue hace unas semanas en el predio que la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación ocupa en la ex ESMA. Allí convocaron a las familias para comunicarles la noticia y, en el caso de que las hubiese, entregarles las pertenencias de su soldado. Claudio Avruj, el titular del área, estuvo muy involucrado en todo el trámite. "Fue uno de los proyectos más emotivos que me ha tocado liderar", dice antes de señalar su ligazón con los soldados de Malvinas. Como conscripto de la clase 59, es apenas mayor que la generación que fue a la guerra.
Avruj se reunió anteayer con Jorge Faurie y los familiares para delinear el viaje a las Malvinas previsto para marzo, donde se colocarán las placas y se hará una misa en homenaje a los caídos.
Con la colaboración de Daniel Santa Cruz, Fernando J. de Arostegui, Federico Acosta Rainis, Juliana Argañaraz, Juan Ignacio Gareca
Por: Nicolás Cassese
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