EDUCACIÓN Ponerse en los zapatos del otro para despertar la solidaridad


Cada vez más escuelas y colegios enseñan la solidaridad como un contenido transversal. No trata sólo de dar, sino de compartir.

-“UNA NOCHEBUENA PARA TODOS”. Chicos del colegio Nueva Concepción arman cajas con productos navideños para los más necesitados. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI.  |  Ampliar  (1 de 2 fotos)
Comenzaron a propagarse como proyectos de “aprendizaje- servicio” hace más de 15 años. Pero no eran constantes y la actividad terminaba cuando se cumplía el objetivo. Además no todos los estudiantes lograban involucrarse y algunos padres ni siquiera entendían bien de qué se trataba. ¡Hasta reclamaban que la escuela fuera un lugar para estudiar y no para hacer beneficencia! A partir de 2000, se vio la necesidad de la educación en valores. Y hoy es casi un ejercicio troncal que atraviesa toda la enseñanza, desde el nivel inicial hasta el último curso de la secundaria.

No necesita de lecciones ni de pruebas. No se enseña con pizarrón. Ni siquiera está presente en la currícula, pero es el conocimiento más importante porque es el que prepara para la vida y el que los chicos no olvidarán jamás. ¡A ser solidarios también se aprende en la escuela!

“Es una prioridad en la formación que brinda el colegio que se construye desde el nivel inicial”, cuenta con orgullo Lucía Vidal, rectora del colegio Nueva Concepción. “Pero no entendemos la solidaridad desde el asistencialismo sino desde el compartir el tiempo y el esfuerzo personal”, explica la docente que debe acudir a una ayuda memoria para no olvidarse de la larga lista de proyectos a corto, mediano y largo aliento que desarrolla el establecimiento desde hace casi tres décadas.

Nada se agota en el donativo (se recoge leche, pañales, ropa, alimentos ...) sino que trasciende con un cuidadoso programa donde los chicos comparten la realidad de los que menos tienen. A veces encuentran más cosas de las que van a buscar. “Por ejemplo, llevan leche y comparten una merienda, pero vuelven sorprendidos porque en la escuela hacía mucho calor y quieren regalarles ventiladores de techo. Eso ocurrió realmente en una escuela: compraron ventiladores, los llevaron y los colocaron”, cuenta.

Todos los años, el centro de estudiantes del colegio Nueva Concepción hace un proyecto solidario. “Y, además, parte de lo que se recolecta en la semana del colegio se destina a una institución, este año se ayudó a la fundación Dar”, dice la presidenta del centro,María Cativa. Se compró un terrenito y se pintó el taller. “Las paredes eran muy grises y las pintamos de muchos colores, le pusimos árboles y flores como si fuera un mural”, se entusiasma Esteban Boix.

A veces descubren realidades que nadie pensaba develar. Benjamín Fordham, de 17 años, recuerda su experiencia en la escuela de Horco Molle. “Llegamos con semillas y herramientas para hacer una huerta. Pero los chicos no se mostraban entusiasmados. No sabíamos qué les pasaba, tampoco la directora los alentaba”. “Ocurría que muchos sufrían violencia en sus casas, los padres les pegaban. Ellos nos contaron esa realidad cuando encontraron que en nosotros podían confiar”, revela María. “En síntesis: fuimos con la propuesta de no contaminar el ambiente y ellos sólo necesitaban ser escuchados”, resume. “Con estas acciones aprendemos a dar sin esperar nada a cambio y a conocer otras realidades”, dicen Giuliana Belloni e Iris Gómez.

Desde el jardín

La solidaridad se aprende desde la más tierna edad. Alejandra Poliche, directora del nivel inicial del colegio San Patricio, cree que la solidaridad se enseña desde que el chico entra a la escuela, a los tres o cuatro años. “Desde hace 10 años juntamos botellas de plástico para ayudar al hogar San Agustín, pero también a Conin, al Banco de Alimentos, al FANN especial y a muchas otras entidades. “En el caso de los chicos de jardín los padres participan, por ejemplo cuando hay que ayudar al hospital de niños. Tenemos un proyecto de educación de las emociones y en valores, que enseña a respetar a todas las culturas y religiones, y a ponernos en el lugar del otro”, explica.

Desde hace varios años, el instituto JIM mantiene un proyecto solidario en Puma Pozo. No sólo se ayuda a la escuela con útiles escolares, calzado y ropa para los chicos, hay todo un trabajo con la gente y las familias, sostiene Roxana Sansone, directora del nivel medio. “Es una realidad diferente que les permite valorar lo que tienen y respetar a los demás. Se aprende a compartir, a vivir lo mismo que el otro”, dice. Cada experiencia se trabaja en Ética, Geografía, Historia y, sobre todo, en tutoría. Está presente en todos los espacios curriculares pero especialmente en el ser, en el hacer y en el aprender a hacer, dice Lucía Vidal.

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