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"Ha explotado la cohetería": la mañana que el cielo tucumano se llenó de ladrillos


HISTORIAS 

Tucumán despertó un día con una explosión que todavía retumba en los vecinos de barrio Echeverría, Villa Muñecas y hasta El Bosque: "Fue terrible". Por primera vez, qué pasó ese día y los testimonios imborrables.

Lo que quedaba de la cohetería. Todo fue desmalezado. Las fotos son de la Municipalidad y de Daniel Gustavo.



Meteoro había salido a jugar al patio de su casa de Lucas Córdoba y España mientras un ladrillo naranja volaba sobre el cielo tucumano. El ladrillo había viajado desde el techo de la cohetería Pacífico en el barrio Echeverría, cruzó la Viamonte, saludó la capilla de Jesús Misericordioso, el Liceo, cruzó sobre las casas de la Italia, rozó los arcos de la cancha de All Boys y, ya sin fuerza, pegó en la cabeza de Meteoro.

“Era un amigo mío. Le tuvieron que poner una placa de platino en la cabeza. Por eso le quedó Meteoro. Casi 30 cuadras viajó el ladrillo, 3 kilómetros viajó el ladrillo que le dio a Meteoro”, recuerda esta mañana Adolfo Marcelo Barrionuevo, quien vivía a unas cuadras de la fábrica de cohetes que literalmente explotó otra mañana, pero de octubre del 73: “Hacía calor, había sol. Todas las madres salieron a la calle a ver qué había pasado. Mi mamá nos había encerrado en un armario con mi hermano. Los chicos de la cuadra se escapaban en las bicicletas a ver qué había sido. Nosotros pensábamos que había sido la distribuidora de gas. Pero no”.

Adolfo, quien recuerda esa mañana como si fuera hoy, tenía 12 años en aquel entonces e iba por la tarde a la escuela Doctor Miguel Lillo, en España y Asunción. Todavía no había almorzado cuando sintió la explosión. Mientras tanto, en un asiento pegado a la ventanilla del 9, Oscar Osbaldo Brito volvía a su casa de Ciudadela: “Yo tenía 10 años. Hace poco nos habíamos mudado a la Viamonte y México, a dos cuadras de todo. Pero seguía yendo a la Escuela 259 Belgrano que quedaba en Ciudadela. Viajaba 40 minutos cada mañana en el 9. Pero no me arrepiento. Era una escuela muy linda”.

Esa mañana, Oscar volvía a su casa después de clases hasta que el chofer del colectivo empezó a bajar la velocidad a medida que se acercaba a la Belgrano y Viamonte: “Yo había salido de la escuela a las 11.30 y volvía en el 9. Desde la Belgrano y Viamonte el colectivo ya iba a paso de hombre: sólo se escuchaban patrullas y ambulancias. Todos sacamos la cabeza por la ventanilla para ver qué había pasado. Toda la gente se empezó a preocupar, todas las madres del barrio dejaron de cocinar y salieron a las calles a buscarnos”.

Doña Mercedes es la madre de Oscar: escuchaba LV12, las novedades sobre las elecciones provinciales de ese año, y una canción de Leo Dan que tarareaba hasta que dejó el repasador sobre la mesada, se agachó bajo la mesa mientras volaban las astillas de la ventana de madera y salió a buscar a su hijo Oscar hasta la Belgrano: “Mi mamá me estaba esperando en una canchita, un poquito más adelante del colegio Montserrat. Yo iba mirando por la ventanilla y el colectivo iba tan lento que ahí la vi, esperándome. Estaba muy asustada, muy, muy angustiada. Cuando bajé del colectivo, me abrazó fuerte y le pregunté qué había pasado. No me olvido más de sus palabras: ‘Ha explotado la cohetería’.

Adolfo y Oscar eran dos de los tantos chicos del barrio conmocionado por la mañana que el cielo se llenó de ladrillos. El que le había pegado a Meteoro y cientos más que no paraban de volar y caer, de volar y caer hasta llenar de escombros las casas como la de Oscar que sus padres habían comenzado a construir: "Habíamos llegado a esos lotes a mano izquierda de Campo Norte. Lo que hoy es Barrio Viamonte. En ese entonces todo era descampado. Había un tambo, cañaverales y limones. Teníamos la casa sin terminar cuando ocurrió la explosión: nos rompió todas las puertas, y sí, las ventanas de madera quedaron hechas astillas”.

Mientras los rumores sobre las razones de la explosión se mezclaban de boca en boca entre los vecinos, las patrullas y las ambulancias formaban un coro que se metía en las casas que se habían construido alrededor de la fábrica, casas llenas de polvo con los platos y las tazas de los comedores de diarios desparramadas o temblando, y una preocupación: “Dónde íbamos a pasar la noche. No conocíamos a muchos vecinos porque recién habíamos llegado al barrio. Mi casa estaba toda salpicada de escombros. Teníamos mucho terreno disponible, y estaba toda cubierta de ladrillos. La explosión rompió muchísimos techos de las casas. Había muchas casas de machimbre y otras con techos de cartón. Todo voló", recuerda Oscar.

A dos meses de las Fiestas para despedir el 73 y recibir el año 1974, octubre ya era el mes que la cohetería Pacífico trabajaba a ritmo sostenido.
 Niños como Adolfo esperaban cada año que se pusieran los puestos ambulantes sobre la calle México o que las familias compraran los cohetes al por mayor y salieran a venderlos sobre la avenida Belgrano, una tradición tucumana que se mantiene hasta hoy, con algunos cambios.

 “Todos los chicos esperábamos los cohetes. No era como ahora que no se tiran tantos. En esa época eras, por decirlo de alguna forma, un infeliz si no comprabas cohetes. Y nosotros éramos fanáticos de las baterías: decían Pacífico en ese papel típico de cohete. También comprábamos a escondidas Miguelitos o Luisitos, unos largos como dinamitas. Eran buenos los cohetes, era pólvora pólvora. Por eso no nos dejaban comprar. Es más: a un chico conocido de la calle Bolivia le explotó una batería en la mano: pensó que se había apagado y le volaron dos dedos”.

Una de las paredes que habían quedado del predio. Todo fue demolido ya.

Mientras los chicos ya ahorraban para hacer tronar el paredón de All Boys, la explosión empezó a tener sus versiones, entre el mito y algunas más cercanas a la realidad, charladas en las sobremesas de las familias tucumanas en Barrio Echeverría, Villa Muñecas, El Bosque y hasta donde haya llegado un ladrillo o se haya distinguido el hongo de humo como la bomba nuclear que, aseguran haber visto, algunos vecinos de la Diagonal: “Lo que se decía siempre es que se trabajaba con una pólvora de guerra, que por el calor le daba cierta temperatura y el mismo calor la hacía explotar. Ese día había sol. Lo cierto es que ha sido algo terrible, y sucedió a la vuelta de mi casa. Mirábamos arriba al cielo, y los ladrillos seguían volando por todas partes”.

Pablo Pacífico, el gran músico tucumano, es el bisnieto de los fundadores de la fábrica de cohetes. Tenía tres años cuando la fábrica explotó por primera vez. Varias veces entró. Los hermanos Pacífico habían llegado en barco a la Argentina y se habían instalado en Tucumán para el centenario de 1916. Provenían desde la región italiana de L’Aquila. Y entre las valijas de cuero y las boinas de lana, entre los zapatos y el papel de diario cosido bajo el saco para que no entre el frío, había toneles de madera y tachos de metal que traían pólvora. 

“No hable al cohete”, decía el cartel en el comedor donde los hermanos Pacífico se sentaban para definir los planes de fin de año. Nunca imaginaron, nunca pudieron imaginar lo que iba a suceder esa mañana: “Después de la comida de los domingos se hablaban de cosas. Nunca he conocido los pormenores, pero sí recuerdo que se hablaba de lo sucedido con congoja. No existían todavía las medidas de seguridad de hoy. Era todo muy artesanal. De hecho, la fábrica le daba trabajo a familias de muchos barrios”.

“En Villa 9 de Julio se hacían los tubitos para los raspafósforos: se cortaban las tiras de papel de gaceta y con el pararrayos de las bicicletas quedaban perfectos. En el barrio Echeverría se enyesaba las bases de los cohetes. Muchos trabajadores llegaban del barrio Muñecas. Y lo que cuenta la historia es que uno de los operarios manipuló uno de los tachos de metal con la pólvora. A la pólvora se la sacaba con una palita de metal y, al parecer, un operario raspó el fondo metálico, hizo chispa y todo desencadenó en la explosión”, recuerda Pablo.

Hoy el inmenso predio ha terminado de ser desmontado después de años de abandono. Hubo otras explosiones después de la del 73, de la cual nunca se supo si hubo víctimas fatales. Oscar Osbaldo Brito, al menos, no conoció a nadie que haya perdido un familiar. Ya mudado a Lomas, de vez en cuando vuelve al barrio donde todo pasó: ha quedado lindo el predio de seis hectáreas donde la Municipalidad ha desmalezado todo y un nuevo barrio tucumano puede volver a crecer: “Voltearon todo lo que quedaba. Las tapias de ladrillos por donde trepábamos los niños ya no están. A veces la saltábamos para buscar la pelota, otras para robar naranjas por picardía. Era enorme el predio: empezaba en la Juan Luis Nougués y Pasaje Montserrat, la cohetería era una extensión de varias manzanas: además del arbolado, había construcciones diferentes, tenía casas, todo en distintos lugares”.

Mientras hasta el día de hoy se tejen conjeturas sobre lo sucedido, Adolfo y Oscar se levantan temprano para ir a trabajar como todas las mañanas. Pero ninguna será como aquella: “El barrio ha tardado mucho tiempo en recuperar la normalidad. Las ventanas rotas de mi casa han permanecido años así. Yo lo he vivido en primera persona. Todavía tengo familiares ahí. Cuando paso a visitarlos, la explosión siempre está presente. La mayoría de las familias que están viviendo ahora son posteriores a la explosión, pero quedan vecinos de esa época. Y de esa mañana, si preguntás, de esa mañana nadie, pero nadie se olvida”.

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