Claudia Piñeiro, Rosa Montero y Maitena: tres amigas en una charla íntima con mucho público


Una conversación entre Claudia Piñeiro, Rosa Montero y Maitena.Tres autoras, tres estilos. Sus ideas aparecen en la ruta o en la ducha. Hablaron también de sus temores.
Formalmente, la charla todavía no empezó. Los micrófonos están apagados, las sillas del escenario están todavía vacías, pero en un rincón de la sala Juan Rulfo se abrazan, se ríen y charlan tres amigas: Claudia Piñeiro, Rosa Montero y Maitena. Como hacen los capitanes de los equipos de fútbol justo antes de que empiece el partido, las escritoras intercambian sus últimos libros como si fueran los banderines con los colores de sus clubes. La sala se va llenando de público, sobre todo mujeres: esperaron un rato largo para entrar, denuncian a viva voz a los colados –hubo hasta un expulsado- y piden fotos, y libros firmados, y que el camarógrafo se corra del pasillo así no les obstruye la visión. Es que las tres amigas –tres escritoras- ya tomaron su puesto para, en una charla coordinada por Jorgelina Nuñez y organizada por Revista Ñ, conversar entre ellas. La excusa es que son tres mujeres muy ocupadas y entonces no tendrán tiempo para un café entre las tres: algo más de doscientas personas, entonces, escuchan atentas.
“Creo que me hice escritora para que cuando llegan los miedos de la noche, haya un mundo inventado al que recurrir y en el que seguir pensando para que no aparezcan los fantasmas”, dijo Montero, que hoy presentará su última novela, El peso del corazón, en la Feria. Piñeiro, entre risas, también argumentó su vocación: “Yo creo que las historias me sirven para soportar la Panamericana. Mucha de mi escritura surgió en los embotellamientos”. Maitena, que como dibujante creó sus famosas Mujeres alteradas, contó que la ducha “donde no se puede escapar a ningún lado” fue siempre un lugar de inspiración: “Me servía para pensar en la viñeta del día, la mejor idea venía siempre ahí”. A la autora de Las viudas de los jueves, que presenta su nuevo libro el sábado, le pasa algo parecido cuando practica yoga: “El problema es que cuando llega el momento de la relajación, pienso en lo que voy a escribir y la relajación se va al demonio”.
“¿Alguna vez les pasó de escribir y al otro día decir ‘Qué bochorno’?”, preguntó Nuñez a las invitadas. La respuesta llegó desde las dos orillas del Atlántico: “Todo el tiempo”, dijo Maitena, mientras Montero aseguraba “Todo el rato”. “Es muy importante que alguien te lea y te diga la verdad sobre tu texto porque cuando escribís estás muy vulnerable, y además, el que te dice que está todo bien es porque cree que no podés dar más”, dijo la autora de Lo peor de Maitena, recientemente publicado. Piñeiro recordó una anécdota de 2005, cuando ganó el Premio Clarín de Novela: “Saramago me perseguía por la fiesta y me decía ‘Andá a hablar con Rosa’ –Montero fue jurado de esa edición-, y yo en pleno brindis. Cuando finalmente hablamos me dijo: ‘La novela es genial, pero el final es una porquería. De acá para allá la tenés que tirar’. Y yo lo tomé a rajatabla”.
Apoyadas en el título de la novela que Maitena publicó en 2011,Rumble, las tres autoras hablaron de los momentos de sus carreras en los que habían sentido temblores –es que ese nombre es una onomatopeya usada para cuando algo sacude el terreno-. “A mí me pasa cuando siento que he perdido el camino de lo que estoy escribiendo, o cuando tardo mucho tiempo. Ahora una novela me lleva tres años y quiero bajar ese número porque ya estoy mayor y quiero escribir muchas más”, dijo Montero, y Maitena subrayó el momento en el que “te ponés a escribir y aparecen cosas que no sabías que estaban ahí, surge la verdadera escritura y la novela avanza”. Piñeiro destacó dos “rumbles”: “Me ha pasado de trabarme por tener pensado el final de una historia de antemano y que, después de que la historia avanza, ya no le funciona más. Cuando reconozco que ese ya no va a ser el final, entonces puedo seguir. Y hay un temblor más agradable que es cuando lloro o me río con algo que escribí. Yo sé lo que va a pasar pero igual me conmueve: esa disociación de la lectura me agrada”.
Las tres embarcadas continuamente en proyectos, hablaron del futuro: “Fantaseo con libros que no hice, para niños por ejemplo. Y me gustaría dibujar un libro a lápiz sin texto, y escribir varias novelas, pero me falta sentarme a escribir”, contó Maitena, y Montero aseguró: “Lo único que quiero es que no se me acabe esta pasión por escribir, no perder este juguete tan enorme”. Piñeiro, que aseguró que Una suerte pequeña, su última novela, es “más madura que las anteriores”, explicó: “Creo que en cada obra intento hacer algo mejor que lo anterior, me salga o no. Odiaría estar escribiendo sólo pensando en la posteridad, en el bronce”. Con más intenciones pícaras que solemnes, la autora contó que en un cajón de su casa tiene guardada una novela erótica que sus hijos tienen encargado publicar póstumamente. “Epaaa”, se escuchó en la sala. El público curioso y las tres amigas sonrieron.

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