Una heroína del Alto Perú en el paisaje porteño


Azurduy se sumó a la causa independentista y comandó guerrillas
Por   | Para LA NACION
Una vez más, la ciudad de Buenos Aires se ha convertido en un lamentable tablero de ajedrez donde los poderosos juegan a mover monumentos como si fueran peones o alfiles. Las Nereidas de Lola Mora, el Negro Falucho, Caperucita Roja, George Canning, Artigas y Esteban Echeverría también cambiaron emplazamientos. Esta vez le tocó a Cristóbal Colón abandonar el espacio privilegiado que ocupó durante casi un siglo.
Ha cedido terreno a favor de Juana Azurduy, heroína altoperuana de la Independencia. Huérfana de pequeña, en su juventud solía recorrer a caballo los campos heredados. Así conoció a su vecino, el hacendado Manuel Ascencio Padilla. Se casaron en 1805. Él tenía 30 años, y ella, 25. Llegaron cuatro hijos. En tiempos de la Revolución, el matrimonio tomó partido a favor de los independentistas. Padilla ofreció ayuda logística al Ejército del Norte y condujo compañías de indios que enfrentaban a los realistas en escaramuzas, mientras que Juana continuaba en su casa, junto con los niños.
Luego de la derrota en Vilcapugio, Juana se sumó al compacto grupo de patriotas que combatió en Ayohuma. A partir de entonces, los Padilla comandaron cuerpos guerrilleros de chiriguanos en distintos poblados del Alto Perú. Durante ese período, Azurduy participó en unos quince combates. Una gran cantidad de mujeres, contagiadas por el entusiasmo de Juana, se sumaron a la lucha.
Pacho O'Donnell, su biógrafo, ha reseñado un hecho crucial de su historia. En marzo de 1814, Padilla había sido capturado. Juana tomó seis nativos y doce caballos, a los que ató ramas y cueros que arrastrarían en sus crines. Se acercó al galope. Al divisar la polvareda, los realistas huyeron. Así rescató al soldado y al marido. Dos en uno.
Los enemigos pusieron precio a sus cabezas. Pasaron a vivir en la selva. Los cuatro niños fueron muriendo de paludismo. Una quinta hija, Luisa, nació pocas horas después de que Juana enfrentara a realistas. Esa tarde entregó a Luisa a una india para que la cuidara y galopó a continuar su misión. Por acciones en combate, Manuel Belgrano pidió que Azurduy recibiera el grado de teniente coronel.
Un duro golpe sufrió la pareja en 1816, cuando Padilla retrocedía para proteger a Juana, quien marchaba malherida. Fue atrapado y ejecutado. La mujer se unió a las fuerzas de Güemes. Luego de la muerte del gran salteño, regresó al Alto Perú, donde logró reencontrarse con su hija. Vivió sus últimos 37 años en extrema pobreza. Murió en 1862, el 25 de mayo. Fue enterrada sin honores en una insignificante fosa común.
Ya es parte del paisaje porteño, luego de desplazar a Colón. Ha sido el deseo del donante (el presidente de Bolivia, Evo Morales) que la obra ocupara ese lugar. Hace cien años había sido el deseo de la comunidad italiana de todo el país que el monumento de Colón que donaron (miles de inmigrantes hicieron aportes voluntarios para sumarse al homenaje por el Centenario de la Revolución de Mayo) se situara en donde había estado la Aduana, ya que ésa había sido la primera porción de tierra argentina que pisaron.
El autor es historiador.

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