La decadencia de las relaciones de familia
Fuerza narrativa sin estridencias con el Litoral como trasfondo
RELATOS
EL DESAPEGO ES UNA MANERA DE QUERERNOS
SELVA ALMADA
(Random House – Buenos Aires)
Existe en la literatura argentina una línea de escritores que forjaron una obra a espaldas de la metrópolis: fue el caso de Tizón en Salta, de Juan José Hernández en Tucumán, de Miguel Briante en la provincia de Buenos Aires. En esta tradición se inscribe con luz propia El desapego es una manera de querernos, de la entrerriana Selva Almada. El desapego… está compuesto por tres relatos largos que narran el devenir de sus personajes a través períodos de tiempo más o menos extensos, y una colección de relatos más breves. Todos tienen en común el universo del Litoral, que Almada crea a través de las percepciones de sus personajes, de los olores y las formas del campo, del calor omnipresente, de las alimañas de la selva, de la proximidad del río. Almada estructura su prosa en frases breves y precisas, pero es una simpleza elegante, consecuente con la gente y el paisaje que describe, y que llega a momentos de singular belleza.
El tema de los relatos es, casi sin excepción, los vínculos familiares, o, más precisamente, la decadencia inevitable de las relaciones de familia. Almada hace un arte de la elipsis, como suelen hacer los buenos cuentistas; todo está sugerido en diálogos aparentemente triviales, en la evocación de un pasado no muy lejano, en la descripción de paisajes que apenas cambian con los años.
El amor, la soledad, la muerte, la brutalidad de la que es capaz el hombre, aparecen en estos cuentos sin estridencias pero con todo su peso; quizás el ejemplo más notable sea el final del relato El incendio, un verdadero prodigio de concisión y fuerza narrativa al cual el lector se ve tentado de volver una y otra vez. Aunque no es sólo una condición de ese cuento: El desapego es una manera de querernos seduce al lector desde el primer párrafo y lo lleva hasta la última página casi sin que este lo note, como en un embrujo.
© LA GACETA
Máximo Chehín
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