¿Sabés qué hace tu hijo en las redes? 9 consejos
En épocas de hiperconexión, es fundamental hablar sobre qué es publicable y qué no.
Me relata una muchachita de veintitantos: “Fui a bailar después de muchos años, dejé la cartera en el guardarropas, el celu adentro. Todos autistas, copa de champagne en mano, teléfono en la otra, ellos bailan solos. Me acerqué a un chico que me gustaba, con el que nos miramos un par de veces y le digo: tendría ganas de conocerte, ¿me pasas tu whats app así te escribo? Se rió, se habrá puesto colorado -creo- y guardó su teléfono, no había otra forma de acercarme.”
Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia.
Corre, huye desesperadamente, perseguida por hordas de personas que como zombies con sus teléfonos en mano filman el horror de la protagonista. Filman y hacen oídos sordos a su sufrir. Sólo buscan subir el espanto a las redes sociales, ninguna empatía, ven a través de los monitores, viajan a través del 4G. La escena transcurre en el segundo capítulo de la fantástica serie Black Mirror. En la mente del guionista, la gente vive a través de las pantallas y se ha perdido la conexión esencial entre las personas. Ciencia ficción, claro, nada de eso debería pasar en la realidad.
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Mientras tanto, en un colegio de la ciudad de Buenos Aires, una amiga me cuenta: “Ale, estoy en la fiesta de egresados de primario de mi hija. No puedo creer lo que estoy viendo. Los chicos chapan -y la única buena noticia en este relato es que volvió el verbo chapar- y los compañeros arman inmediatamente, como si fuera una coreografía, una ronda alrededor de los festejantes y filman. Levantan sus teléfonos y suben esta filmación, me imagino yo, a alguna de las redes. Es muy triste.”
A mí, que pocas cosas me sorprenden a esta altura, después de 30 años de profesión y de ser parte desde el rol profesional así como del de padre de los avatares de la adolescencia, este ritual me impresionó. Me impresionó porque es la intimidad puesta en el ojo del Gran Hermano, en las redes sociales. Y me acordaba que hace algunos años, cuando solo existía el Facebook, primeros años de WhatsApp, de una charla con mi hijo mayor que no encontraba a un amigo con el que gestionaba una salida grupal.
—No está online— sentenciaba.
—¿Por qué no lo llamas al teléfono fijo (aparato para comunicarse que suele estar apoyado en la base y no funciona fuera de las casas), debe estar en la casa —insistía yo.
Ignacio, me decía convencido: “Papá, si no está conectado no está. Y la salida se suspendió".
Si no está conectado no está. Si no lo vemos en las redes no existe. Está claro que las pantallas son protector para el temor de enfrentarse con los otros. El contacto con los demás asusta, atemoriza. A través de los monitores interactuamos “a granel” con riesgo minimizado. Y es una pena, digo una vez más, vivimos en tiempos de aparatos encendidos y miradas apagadas.
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El punto, y sobre esto quiero dejar algunas herramientas, es cómo ayudamos a nuestros hijos a entrar al mundo de la tecnología diferenciando algo que peligrosamente se ha desdibujado en cuanto a sus límites: hablo del mundo privado y el mundo público.
La intimidad ha atravesado los bordes de lo razonable y el ojo de las redes controla, vigila y regula gran parte de la vida de quienes vivimos en este mundo.
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Me asusta un poco cuando Google me avisa que salieron nuevas ofertas de lo que pensé buscar hace unos instantes, me siento un poco observado, y todos somos googleables, geolocalizables y posibles de ser viralizados.
Por todo eso debemos cuidar a nuestros niños, vaya una sencilla caja de herramientas.
1. Uso de telefonía celular
Tiene sentido que un pequeño utilice un teléfono móvil a partir de que logre una mínima y creciente autonomía respecto a los adultos. ¿Qué lógica tiene que tenga un teléfono si permanentemente está con un mayor que lo cuida?
2. Redes sociales
Fomentemos su uso cuidadoso y prudente. Cuidaremos así el mundo privado de nuestros hijos, para que puedan sostener la diferencia entre el afuera y el adentro. No seamos hackers de nuestros hijos, apelemos al vínculo esencial, a la confianza, que se construye desde la cuna, desde el ejemplo.
3. Fijemos prioridades
El juego, el aprendizaje, el desarrollo de habilidades sociales y la incorporación de valores deben ser prioridad. El uso de la tecnología no debe perturbar estas funciones básicas.
4. Dar el ejemplo
Los padres deben enseñar con el ejemplo. No se puede poner un límite con un teléfono celular en la mano, ni estar hiperconectados a la hora de reunirse en familia. Lo digo una vez más, los hijos no nos escuchan todo el tiempo (a veces damos unos discursos aburridísimos), pero no dejan de mirarnos. Eduquemos con el ejemplo. Seamos cautos a la hora de postear y publicar nuestra vida en las redes sociales.No comentemos las publicaciones de nuestros hijos, los avergüenza, y mucho.
5. Regular los tiempos
El tiempo para estar frente a las pantallas (celular, computadora, tablet, televisión) no debe ser "indefinido". Hay que ayudar a que el niño pueda regular ese contacto incentivando el desarrollo de otras actividades o el descanso. Sugiero no más de dos horas continuadas sobre todo en niños pequeños.
6. Compartir con ellos
Compartir con los hijos actividades lúdicas, expresivas, deportivas, etc. Los pequeños no se ríen de la misma manera cuando juegan en la computadora que cuando lo hacen a la vieja usanza y con rienda suelta a su imaginación, tesoro preciado y único.
7. Vivir en el mundo real
Recordemos, que un niño que detiene la mirada en un teclado se pierde la posibilidad de mirar al otro y de abrirse a la amplitud del mundo. Compartamos al menos media hora por día sin aparatos prendidos, con las personas que queremos. La calidad de los vínculos, agradecida. Las almas no se nutren de pulgares arriba o de “me gusta” en los muros, los abrazos son —y no me canso de repetirlo— irreemplazables.
8. Evitar el aislamiento
Los rasgos de aislamiento y la ansiedad social (miedo a relacionarse) encuentran en la tecnología una aliada para ocultarse y no enfrentar la realidad. Propiciemos momentos durante el día de aparatos apagados y miradas encendidas.
9. Seamos contundentes
La contundencia no es otra cosa que ser claros, dejar la tibieza a un costado, inculcar en nuestros hijos que no pueden ceder a la presión de pares, ni a la fuerza de las masas. Eduquemos hijos poderosos, con el poder de elegir, de ser responsables, de decidir por sí mismos.
Que no se nos pierda nunca la costumbre de guardar los álbumes de fotos de papel, los objetos entrañables con olor a infancia, los recuerdos en cajitas con celofan para que no se arruinen, los libros con aroma a libros, las historias en nuestras memorias (y no en Instagram). Es que los tiempos han cambiado, pero la esencia sigue siendo, afortunadamente, la misma.
*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Director de Escuela para padres. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y coautor de Padres a la obra.
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