Series y política: lo que se viene

Televisión.Esta semana arranca "House of Cards", la serie con Kevin Spacey. Pero esta historia de chanchullos en el poder no está sola.

El 20 de enero de 2015, a las 7.57 hora de Washington DC, la cuenta de Twitter @Frank_Underwood publicó:
@.CFKArgentina, if you don’t mind, I’m working this side of the street.
La frase (algo así como “Esta vereda es mía”, que ya había sido utilizada por el Pato Lucas para increpar a Sherlock Holmes en el corto animado de 1946 The Great Piggy Bank Robbery), publicada dos días después del hallazgo del cadáver del fiscal Alberto Nisman, alude a los métodos “políticos” que el propio Frank Underwood (Kevin Spacey) utiliza sin despeinarse en la serie de TV House of Cards, que el próximo viernes 27 de febrero estrenará por Netflix su tercera temporada. Naturalmente la cuenta de Twitter @Frank_Underwood no es oficial, e incluso ese puntito colocado estratégicamente después de la arroba en @.CFKArgentina ha logrado desatar todo tipo de teorías conspirativas. Pero los datos son los datos: en la ficción de la TV hay un político encumbrado (el presidente Underwood) que no duda en tirar a los periodistas que lo investigan abajo del tren (literalmente), y que sin embargo se enfrenta a la posibilidad siempre presente de que la realidad supere a la ficción.
Lo cierto es que si se trata de tomarle el pulso a la política mundial (empezando por Estados Unidos, que para producir fotosíntesis, dar calor y energía o incluso causar quemaduras severas, es el sol de dicho universo), lo mejor es quitar CNN, BBC World News o Telesur y sintonizar HBO, Netflix, Sundance o FX: una serie antes que un noticiero, y no para saber lo que pasó, sino para avizorar lo que vendrá. Claro que no es un fenómeno nuevo, pero hay que reconocer que la chicana de @Frank_Underwood a @.CFKArgentina indica que hay demasiadas cosas que cambiaron, empezando por la idea de “modelo de conducta”.
Tiempo atrás, la guionista del afiladísimo Last Week Tonight with John Oliver, Juli Weiner, escribía en la revista Vanity Fair: “Del mismo modo en que Robert Redford y Dustin Hoffman como Woodward y Bernstein en Todos los Hombres del Presidente (1976) impulsaron a legiones de baby-boomers a soñar con una carrera en el periodismo, The West Wing, la serie sobre la Casa Blanca creada por Aaron Sorkin (1999-2006), que hizo que las discusiones políticas lucieran emocionantes y el gobierno, heroico, se convirtió en un tótem de la política como terreno osadamente idealista”. Mientras Weiner señalaba a la legendaria The West Wing como la Wikipedia obligada que leyó Barack Obama antes de colgarse de la esperanza como slogan, hoy, analizando el impacto deHouse of CardsThe New York Times Magazine arriesga: “A diferencia de The West Wing, los políticos en House of Cards son pura bancarrota moral y oportunismo. La serie es una fría disección de la era post-Obama y post-esperanza. Es una visión del gobierno no como nos gustaría que fuese, sino como secretamente creemos que es”.
Esa es la clave de la nueva camada de series políticas, tanto las producidas en los Estados Unidos como las escandinavas, inglesas o israelíes: hay un talismán que a la manera del corazón de Iron Man, su reactor Arc, debiera ser un súper poder moral, pura pujanza y vitalidad, y que sin embargo siempre acabará corrompiéndose y esparciendo su veneno por el cuerpo de la democracia. En las nuevas series políticas, hay un enemigo que sigue estando afuera de los Estados Unidos (en Irán, Pakistán, Venezuela, China, Corea del Norte: lo que la agenda disponga), pero hay uno más temible, y es el que se encuentra dentro de la casa (Blanca), en tanto su poder de fuego es letal tanto en el terreno real como en el simbólico.
House of Cards, ayer, hoy y siempre. Margaret Hilda Thatcher fue primer ministro del Reino Unido de Gran Bretaña entre el 4 de mayo de 1979 y el 28 de noviembre de 1990. Diez días antes de que la Dama de Hierro abandonara el poder, la BBC estrenaba una miniserie de cuatro capítulos titulada House of Cards y basada en la novela homónima de Michael Dobbs, quien fuera jefe de Gabinete de la administración Thatcher antes de convertirse en best-seller en el terreno del thriller político. En la serie, el actor Ian Richardson (que moriría en febrero de 2007, “mientras dormía”, como si de un giro 100 x 100 House of Cards se tratara) encarnaba al insidioso Frances Urquhart, encargado de llamar al orden a la bancada conservadora de la Cámara de los Comunes. Al igual que Frank Underwood en la House of Cardsde hoy día, Urquhart era ninguneado por el Primer Ministro recién elegido, hablaba a cámara, tenía una esposa igualmente taimada (o incluso más, por razones que no es conveniente revelar aquí) y trababa relación con una periodista a la que manipulaba sin mayores inconvenientes. Son la viva imagen una House of Cards y la otra, incluso en su timing: el reflejo de las luchas por permanecer en el poder de políticos que ya no cuentan con (o jamás tuvieron) votantes que les firmaran cheques en blanco.
Lo que no tenía aquella House of Cards que si tiene ésta, cuya nueva temporada viene llegando, es la producción de David Fincher (El club de la pelea, La red social, Perdida), quien al dirigir sus primeros dos capítulos dejó seteada en el programa esa estilizada languidez que es su marca de fábrica; ni tampoco las actuaciones de Kevin Spacey y Robin Wright, los Kraftwerk de la perfidia, humanos-robotizados cuya personificación de la banalidad del mal es la perfección misma. Por supuesto que hay infinidad de rumores acerca de por dónde irá la temporada que empieza en apenas unos pocos días, pero nada oficial, ya que el presidente Obama (fan de la serie y protagonista de un rumor que lo indica como posible “estrella invitada”) lo pidió el año pasado, también vía Twitter: Empieza @HouseOfCards. Nada de spoilers, por favor.
Cancillería en llamas. Las relaciones exteriores de los Estados Unidos son centrales en muchas de las series políticas, empezando por la multipremiada Homeland, y siguiendo este año con otros dos títulos protagonizados por mujeres de armas tomar: Madam Secretary, en la que Téa Leoni interpreta a una secretaria de Estado que asume entre gallos y medianoche, luego de que su sucesor muere en un supuesto accidente aéreo (¡un crímen político a la derecha!), y State of Affairs, con Katherine Heigl como una analista de la CIA encargada de investigar la muerte de su novio, casualmente el hijo de la presidente de los Estados Unidos (¡otro!). Tanto Madam Secretary como State of Affairs y sobre todo Homeland le deben mucho a la primera temporada de 24 (2001), la serie que reconfiguró el mapa de las ficciones televisivas post 11-S bajo la teoría de que sin complicidades, conscientes o no, dentro de los EE.UU., los atentados no pudieron haberse llevado a cabo.
Homeland está basada en la serie israelí Hatufim/Prisoners of War, creada por Gideon Raff, pero fue alejándose tanto de ese molde como de las premisas de 24. En el centro de la escena se encuentra una agente de la CIA, Carrie Mathison (Claire Danes), quien por su brillo o su bipolaridad desconfía de todo el mundo, empezando por sus superiores y siguiendo por Nicholas Brody, el héroe que regresa a casa tras ocho años cautivo de Al Qaeda. La trama ya está lejos de aquellos comienzos, pero el cóctel que alimenta la tensión entre Washington y sus políticas de cara al mundo árabe sigue en el centro de la escena. Howard Gordon, quien fuera productor ejecutivo de 24 y ocupa el mismo rol enHomeland, le decía a la revista Les Inrocks: “No intentamos hacer la anti 24Homeland llega diez años más tarde y cuestiona otra realidad. ¿Qué quiere decir ejercer el poder? ¿A qué precio hay que proteger a un país? ¿De quién deberíamos tener miedo? ¿Cómo es utilizado el miedo? (…) El tema de la serie no es el relativismo moral sino la complejidad: lo que hace que las personas actúen y piensen como lo hacen”.
Comedia vs. resto del mundo. Varias de las series de TV más llamativas de la última década años tuvieron un pie en el barro de la política (o los dos… ¡o el agua al cuello!). Repasemos: las ya nombradas más la danesa Borgen, Scandal, Boss, The Wire, la perturbadora The Americans, Boardwalk Empire y hasta la saga espacial Battlestar Galactica. Los talk shows políticos y el stand-up generaron analistas agudos (John Stewart y su pichón John Oliver, Stephen Colbert, Chris Rock o Bill Maher) y hasta la comedia regresó a beber a esa fuente de esperpento y comicidad permanente.
La vicepresidente Selina Meyer encarnada por la gran Julia Louis-Dreyfus (ex y por siempre Seinfeld) en Veep es un personaje fuera de serie. Y la serie de HBO lleva la lógica de mediocridad laboral de The Office a su lugar natural: Washington DC. Valiéndose del molde de The Office para superarlo y a la vez glorificar y demoler la política, como debe ser, está la encantadora Parks and Recreation, que ahora mismo tiene en el aire su séptima y última temporada.
Las fuerzas en tensión en Parks and Recreation son dos, y muy poderosas. En un rincón se encuentra Leslie Knope (Amy Poehler, egresada con notas altísimas del elenco del legendario show de comediaSaturday Night Live), una empleada del departamento de Parques de un pequeño pueblo de Indiana, que cree ciegamente en la democracia, sus heroínas y la capacidad del Estado para mejorar la vida de la gente. En el otro, su jefe Ron Swanson (Nick Offerman), que sólo cree que hay que alimentarse de comida para desayuno (huevos y panceta, básicamente), tomar whisky single malt y sabotear al Estado de cualquier manera posible. El, por ejemplo, lo hace no-trabajando en el “vientre de la bestia”. Su idea de la administración queda clara al menos una vez por capítulo (“Disfruto del trabajo en el Estado como de una patada en las pelotas con borceguíes con puntera de acero”), pero brilla especialmente en la sabiduría cotidiana, las metáforas relacionadas con la naturaleza o en aquel capítulo de la quinta temporada en el que su esposa Diane toca a la puerta de la oficina y le pregunta:
¿Interrumpo algo importante?
Para que Ron Swanson responda:
Imposible. Trabajo para el gobierno.

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