Urge trabajar sobre el drama de las inundaciones

La sola mirada a las imágenes que ha publicado nuestro diario en sus ediciones recientes, ilustra con elocuencia respecto de los estragos que causaron las inundaciones en esta provincia. Familias enteras han visto perdidas o dañadas irreversiblemente sus posesiones, y se han producido serios daños en edificios, en instalaciones y en cultivos. Todo eso representa pérdidas económicas muy considerables y muy difíciles de enjugar.

Por cierto, no es la primera vez, ni mucho menos, que la acción devastadora de las aguas se ensaña con ciudades y pueblos del interior de Tucumán. Pero precisamente esa circunstancia tendría que haber movilizado, a los sucesivos gobiernos, para encarar las obras públicas dirigidas a terminar, de modo definitivo, con la amenaza que hace su periódica y tremenda aparición en la época estival.

Sin embargo, eso no ha ocurrido, según está a la vista de todos. Los trabajos necesarios para prevenir estos anegamientos, o no se han realizado o, cuando se realizaron, no se los ejecutó en la dimensión que hubiera correspondido. Así lo comprueba la reiteración de los desastres.

Aquel comprovinciano ilustre que fue el presidente Nicolás Avellaneda, cuando inauguró el ferrocarril en Tucumán, en 1876 y en un marco financiero nacional en extremo difícil, expresó una verdad que es oportuno recordar. En su famoso discurso de aquella ceremonia, afirmó que, aunque se vivía un tiempo de crisis, “no hay crisis para los trabajos necesarios y reproductivos, y deben ser siempre atendidos: en los días de escasez con poco y en los días de abundancia con mucho”.

Ese criterio no se ha seguido, en materia de defender los pueblos de nuestra provincia de la acción destructora del agua. Tanto en los tiempos de bonanza como en los de dificultad, no se han encarado esos trabajos de modo integral. Hablamos de obras de verdadera envergadura, que trasciendan los meros parches y que sean las adecuadas para cancelar definitivamente el problema.

Sin duda que llevarlas a cabo demandaría inversiones importantes; pero deben ejecutarse a cualquier costo, precisamente por su carácter de indispensables. A cada momento vemos las cuantiosas sumas que el Estado gasta para trabajos que podrían postergarse (el enorme edificio -y el enorme presupuesto- de la Legislatura, por ejemplo), y destinar esos fondos a llenar requerimientos como los que nos ocupan.

En una de nuestras notas, un catedrático universitario entrevistado tuvo expresiones contundentes. Opinó que un criterio oficial errado es creer que pavimentar es la obra pública clave. En realidad, son previas las tareas de infraestructura. “Todos los años en verano se hacen planes de emergencia, pero las obras siempre se hacen sin planificación. En el sur, lo que urge es la sistematización de desagües, diques de retención y reguladores y regular los cauces; y en las áreas urbanas, hacer sistemas de toma y de derivación de caudales, antes de pavimentar”, opinó.

No es este el espacio para precisar con exactitud los trabajos necesarios. Pero sí podemos consignar el concepto central. Este es que tales obras deben ejecutarse, bien planificadas y sin reparar en costos, de modo que la lluvia y la crecida de los cursos de agua dejen de constituir una pesadilla recurrente para muchos tucumanos.

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