Un hijo diferente... Carlos Quiroga



Con admiración a mi familia - “No te des por vencido ni aún vencido”
OPINIÓN
Reflexionando acerca del nacimiento de un hijo, imaginaba un poderoso barco a vela lanzado al mar de la vida. El hijo podría capitanear esta nave bella y contundente, hecha de sus propias esperanzas y sueños. Sordamente navegando las inmensas velas blancas que cogen los vientos de oportunidades. Viajaríamos juntos por un rato, mostrándole lugares donde él podría ir y ayudarlo cuando la necesidad surja. Un día, dejaría el barco y lo dejaría navegar solo. Después de su nacimiento notamos que algo malo estaba sucediendo. Los médicos comenzaron a hacer pruebas con terapias física, ocupacional y de lenguaje. Al principio pensaba que todos se equivocaban. Todavía podía ver mi hijo sobre su nave poderosa. Después me di cuenta que los médicos tenían razón. Algo no estaba bien. Una tormenta de emociones corrió en mi interior envolviendo la nave de mi hijo. Lluvias y gotas de tristeza golpeaban la embarcación. Los truenos la sacudían en ira por tener un niño diferente. Vientos furiosos de duelo dirigían la nave poderosa de mi hijo, rompiéndose contra las rocas. Sentía queperdía el hijo que quería y esperaba”. Con el tiempo la tormenta despejó. Las nubes se abrieron. La nave sobrevivió. Pero se había transformado. Una maquina contundente de competición que fácilmente corta el agua, se convertía en un lanchón navegando laboriosamente por corrientes difíciles. Las velas gigantes habían sido reemplazadas por unas pequeñas, andrajosas, con agujeros en su frente. Me asombre que la nave pudiera flotar. Imaginé que mi hijo todavía estaba al frente del timón, sin darme cuenta que algo esta mal. Me pregunto si algún día el va a comprender que su nave no es como las otras. Mirando al navío puedo ver la labor del solidario trabajando. Algunos están remendando los agujeros masivos que se sabe que tal vez no se podrán reparar. Otros pintando pequeños lugares ofrecen el apoyo donde pueden. Para muchos el trabajo es excesivo. Las esperanzas y los sentimientos de culpa van y vienen como una nave a la deriva. El trabajo de guía y maestro va a ser difícil. Enseñar hacer cosas que otros chicos adquieren naturalmente me desgarra el corazón. Siento una angustia que brota por todos mis poros. Pero las esperanzas, están intactas. Percibo mejoras aunque lentas. Todavía mantengo el mismo orgullo que todo padre siente cuando su hijo finalmente completa una tarea. Recién he comenzado con las preguntas. El futuro que devendrá para mi hijo. Las dudas, los interrogatorios y las consultas me marean. ¿Será independiente. Tendrá un trabajo? Se hará de amigos? Se hace claro que no podré dejar a mi hijo navegar su nave solo. Con pánico, me doy cuenta de que no soy eterno. Que podría morir antes de que el complete su viaje. Las preocupaciones por testamentos y cuidados eventuales me atormentan. La obsesión de quien cuidara de mi hijo me desgaja. Se me dificulta imaginar a quien pedir esa tarea. Más aún conjeturar quien aceptaría. Entonces miro a mi hijo. Simplemente observo y contemplo a un niño feliz. No entiende que es ser diferente. Un halo de sensibilidad superior, indescriptible, sobrenatural lo rodea. La mano de Dios me enseña a comprender. A madurar. Ahora sé que todos los niños nacen con esa inocencia por ser imagen y semejanza de Dios. Que algunos son diferentes y no esperaran cuando el supremo los llame. Se me revela que lo terrible se convierte en bendición. Que su inocencia se esparcirá de manera natural como las aguas que surcan el mar. Que puede ser ejemplo de cómo el mundo deberían conducirse. Cuando está feliz, sonríe. Se ríe. Cuando esta triste, solamente llora. No entiende las reglas de la sociedad que enmascaran con caretas ficticias los sentimientos. No exhibe ningún rasgo de avaricia, deshonestidad, o amargura. Está en el mundo esperando ser insertado sin esperar ni pedir nada a cambio. Solamente amor. Al mirar. Alegremente dice hola. Sonríe y ya ha brindado, un enorme regalo de amabilidad inocente. Me ha ayudado sin duda a comprender lo que es importante en la vida. Tener un hijo con necesidades especiales es un regalo milagroso. Jamás renunciaría a tenerlo. Los desafíos adicionales parecen pequeños, pero existen y debo resolverlo. Las tormentas de ira y emoción todavía soplan. Pero la nave de mi hijo, sobrevivirá. Viajaremos a puertos imprevistos y fascinantes. Es mi hijo. Dr. Jorge B. Lobo Aragón .

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