La discreta erudición de un gran lector
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La literatura de Alberto Manguel (y la palabra "literatura" comprende aquí no sólo la ficción, sino especialmente el ensayo como género mayor) vuelve a demostrarnos que no se puede escribir sin leer, o, más bien, para decirlo de otra manera, que la lectura es para algunos -para lectores privilegiados como él mismo- una variedad superior de la escritura. Manguel, sus libros, logran que la biblioteca converse consigo misma y que esa conversación revele algo propio, porque no existe nada involuntariamente más personal que la biblioteca.
La biblioteca es un exoesqueleto (la comparación es del propio Manguel), una especie de sombra que nos viste como el sueño viste la vigila ("sombras suele vestir", nos enseñó Góngora), que nos protege (uno se refugia en la sombra) y que, por otro lado, depara una reserva. Manguel es un reservista colosal y sabe muy bien que la memoria tiene más de ficción que de crónica. Erich Auerbach escribió su estudio Mímesis, modelo de erudición literaria, con una biblioteca que existía únicamente en los anaqueles de la memoria. Manguel trabaja un poco del mismo modo. Aquel que leyó sabe que la biblioteca es a medias real y a medias imaginaria: Manguel supo prestar oídos a la conversación entre esas dos mitades.
En Leyendo imágenes -libro que pide una reedición urgente-, Manguel explica que cada imagen asume la mirada con que se la contempla. La lectura es también una variedad de la contemplación y le competen las mismas leyes de ese juego de miradas. Lo contemplado, como toda mirada, demanda un desciframiento. "Diría que si ver imágenes equivale a leer, entonces se trata de una forma de lectura enormemente creativa, una lectura en la que no sólo tenemos que convertir las palabras en sonidos y éstos en significados, sino también convertir las imágenes en significados y éstos en relatos." Esto también escribió Manguel, y podría ser una definición privilegiada de su estrategia: todo -imágenes, palabras- puede ser leído como signo. La hermenéutica de la lectura (la lectura, por más natural que parezca, tiene su historia, como él mismo se ocupó de demostrar) está en el origen del pensamiento. Con completa deliberación, en Una historia natural de la curiosidad leemos que los pensamientos son tales una vez que alcanzan la madurez verbal. La lectura es fugaz (se devana y se realiza ante nuestros ojos a medida que se extingue), pero sus efectos son permanentes. El premio a Manguel quizá sea acaso el premio a esa variedad de la permanencia que son las ideas.
Los lectores vulgares prodigan datos, fechas, ediciones. En cambio, la erudición del lector Manguel es, como él, muy discreta, lo que conviene a la elegancia. La auténtica elegancia, incluso en la literatura, consiste en no llamar nunca la atención. Quien habla con Manguel sabe que la elegancia de su conversación está en los detalles, en la entonación comedida y cargada de sentido, en la cita dicha al pasar, casi sotto voce, que elude con toda intención al distraído. "El último delicado", llamó Cioran a Borges, otro lector que también recibió a su turno el Formentor. No hay casualidades.
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