El diálogo, clave para entender los nuevos espacios
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Verónica Mora Dubuc
MIÉRCOLES 21 DE JUNIO DE 2017
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Las familias occidentales tal y como las conocimos los que hoy somos adultos resultan de un proceso social de larga data. Pero este devenir puesto en perspectiva representa un período no tan prolongado de la historia (y prehistoria) de la humanidad. No vivían en una "familia tipo" los hombres y mujeres de la Edad Media, ni menos aún los que integraban tribus y clanes nómades antes.
No conocemos otra manera que no sea la de un sujeto soportado en un grupo de pertenencia para hacer posible su desarrollo como persona en sociedad. Sin embargo, no es necesariamente lo "natural" que ese grupo adopte la modalidad de familia compuesta por padre-madre e hijos. Ese parece un prototipo moderno que muestra rupturas y diversidades en nuestra vida contemporánea como resultado de las necesidades de sus propios miembros.
Es evidente que este proceso de transformaciones no es lineal. Se transita con escollos y áreas de conflicto que se convierten en desafíos a resolver y oportunidades para aprendizajes superadores. Nuestra atención debe ponerse en la prevención de sufrimientos innecesarios para sus miembros, sobre todo los niños y los adultos mayores, ya que ciertos duelos también formarán parte de la experiencia y se vivirán con dolor. A la vez que resulta saludable estar permeable a la alegría de los afectos genuinos nacidos en vínculos consistentes y plenos. Vínculos que, parafraseando a Winicott, "sean los suficientemente buenos".
En este sentido, es esperable que las relaciones afectivas consistentes hagan uso de todos sus recursos disponibles para resolver positivamente los obstáculos que surjan en esta trayectoria vital. Aquí creo fundamental señalar el uso de la palabra entre nosotros. Como instrumento para nombrar nuestros sentimientos, en especial los miedos, y para dar sentido a estos fenómenos nuevos.
Nos ayudará, sin dudas, hablar sobre ellos. Conocer lo que estamos viviendo tratando de poner en armonía lo que siento con lo que pienso y lo que hago. Preguntando cuando no sé. Y desvistiéndome en lo posible, de prejuicios que sólo obturan mi encuentro con lo diferente. Fácil de decir, difícil de hacer, sobre todo para los que ya recorrimos gran parte del camino y llevamos en nuestras alforjas aprendizajes muy arraigados.
La transformación de las familias se puede tramitar allí donde las familias circulan: de lo privado a lo comunitario y viceversa. Manteniendo un clima de escucha activa, atenta a los sentimientos y necesidades de los otros y no sólo de los propios.
En tiempos donde la presión social se exacerba y cobra forma de "bullying", violencia de género, discriminación o exclusión, nos debemos el diálogo como manera de revestir y bordear los nuevos espacios a compartir. Diálogos claros, francos, con límites definidos y respetuosos del otro. Siempre habrá una manera para decir, un momento para escuchar y un espacio para amar, y podremos llamarlo "familia".
La autora es miembro de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA)
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