Desgarrador relato de una hija que pasó horas al teléfono para que su padre no muriera solo


Miércoles, 22 de Abril de 2020 07:10

La familia Adair visitando el castillo de Versalles en Francia durante unas vacaciones familiares.



Abby Adair Reinhard apretó aún más su iPhone contra el oído para intentar escuchar el suave ritmo de la respiración de su padre.

Inspira. Expira. Inspira. Expira.


A tan solo 8 kilómetros de distancia, en una cama de hospital en Rochester, Nueva York, su padre yacía moribundo.

Al inicio, su respiración era un ruido blanco constante que un día cualquiera se habría desvanecido en el fondo.

Pero a medida que pasaban las horas, su respiración se hizo más difícil. Torturada. Cargada de mucosidad.

Reinhard, quien es madre, esposa e hija, pasó el día y medio siguiente escuchando cómo su padre moría, rezando para que pudiera escuchar su voz.

Momento a momento, detalló esas horas agonizantes en una desgarradora publicación de Facebook.

El terror que he sentido hoy es diferente a todo lo que había experimentado y solo puedo imaginar cuán difícil ha sido para ti, papá.

Lamento mucho que estés pasando por esta pesadilla.

Don Adair, de 76 años, tenía cuatro hijos y cinco nietos.

Era un abogado retirado que adoraba a su familia, había viajado con ellos a Europa, se sentaba en el suelo para abrir los regalos de Navidad, sonreía en sus graduaciones y jugaba con ellos sobre sus rodillas.

Ahora, yacía solo en una cama, aislado de otros pacientes en el Hospital Highland.

Unos días antes había sufrido una caída en casa y el personal del hospital lo estaba ayudando a combatir una infección menor.

Al inicio, Reinhard pensó que no habría problemas.

Su padre, su roca, nunca se había enfermado.

Pero luego empezó a tener fiebre y tos, los síntomas del coronavirus.

Reinhard, quien tiene 41 años, llamó a su hermano Tom, en Texas. Era la tarde del 4 de abril. Se preguntaban si un paciente asintomático podía haber transmitido la infección en el hospital. No obstante, hablaron sobre el pronóstico, que era bueno ya que su padre solo tenía síntomas leves.

Es la misma conversación que muchos estadounidenses están teniendo, asustados a altas horas de la noche, consultando a los médicos y buscando signos de esperanza en Internet, mirando las estadísticas que dicen que la mayoría de la gente no llegará a enfermarse realmente.

“Él era muy fuerte físicamente. Me dije a mí misma que estaba segura de que estaría bien”, contó.

“Nos fuimos a acostar pensando que era probable que se recuperara”.

Su esposo les hizo tostadas francesas a los niños. Vieron online los servicios por el Domingo de Ramos en los que el pastor los animó a abordar la incertidumbre con fe, no con miedo.

Luego llegó la llamada. Una enfermera de Highland le dijo cosas que a Reinhard le costó entender: “Aspiración... deterioro... sufrimiento... no hay mucho tiempo”.

La enfermera puso el teléfono en el oído de Adair. No podía hablar, pero podía escuchar.

Reinhard luchó para recuperar el aliento mientras caminaba dentro del baño e intentaba que sus tres hijos no oyeran sus sollozos. Escuchar. Hablar.

“Te amo”, le dijo.

“Gracias”.

“Lo siento”.

“Te perdono”.

Te acomodaste entre la tos y busqué en mi corazón qué decirte.


Hablé sobre los preciosos momentos que pasamos en el lago. Te recordé tocando la guitarra alrededor de la fogata y me aferré a esa imagen como si fuera mi tabla de salvación.

Las letras de esas viejas canciones de campamento parecían muy apropiadas en estos momentos: “Leche y miel al otro lado” y “Tiene el mundo entero en sus manos”.

En la esquina, la ropa rebosaba de la canasta. Ella hablaba, escuchaba, rezaba.

Sintió que una parte de sí estaba fuera de su propio cuerpo. Era demasiada información para asimilar.

Después de media hora, se dio cuenta de que podía llamar a sus hermanos: Tom, Carrie en Carolina del Norte y Emily en Dinamarca. Se quedaron al teléfono durante horas, hablando, cantando canciones de campamento, contando historias y recordando su infancia.

Nuestra conversación contigo durante las horas siguientes es algo que atesoraré el resto de mi vida. Aunque estábamos sentados en Dallas, Raleigh, Copenhague y Rochester, estábamos juntos, desempolvando recuerdos que habíamos guardado hace mucho tiempo.

El lago, el Cabo y nuestro viaje a Europa. Juegos, proyectos y conversaciones importantes. También cantamos las canciones de campamento. Rezo para que puedas escucharlo todo.

Reinhard se apartó de la llamada para hablar con los médicos. Se puso un abrigo de invierno sobre la sudadera y los pantalones de yoga y salió de casa.

No hacía frío, pero ella no se sentía bien.

Mientras caminaba sollozando por su vecindario, escuchó a través de los auriculares el pronóstico de los médicos: le dijeron que su padre ya se había ido y que ponerle un respirador solo prolongaría lo inevitable. Sus pulmones, destruidos por la infección, probablemente jamás se recuperarían.

Ella leyó y releyó el testamento vital de su padre. Él era muy fuerte y ella quería tener esperanza. Pero también sabía lo que él querría: solo alivio del dolor. Sin ventilador. Sin diálisis. Sin reanimación cardiopulmonar. Cuando tomó la decisión, el médico pareció aliviado.

Vio a sus vecinos y sus vecinos la vieron llorando a un lado de la calle. Su primer impulso fue abrazarse. Pero no lo hicieron. No podían.

Después de tomar la decisión, Reinhard regresó a su casa y volvió a llamar a la habitación de su padre. Las enfermeras apoyaron el teléfono sobre su almohada, para que sus hijos pudieran escucharlo respirar.

Mientras escuchaba su respiración, Reinhard se sentó en un escritorio y comenzó a escribir. Ella quería capturar la experiencia. Absorberla.

Uno se siente bien al reír y llorar. Estar conectada por teléfono contigo y con mis hermanos y hermanas. Revivir nuestras experiencias de hace años. También es agradable oírte respirar. Ese ruido blanco rítmico es la música de fondo de nuestra llamada.

A veces, su respiración se quedaba en silencio. Unos segundos largos, un minuto. Ella contenía el aliento, temiendo el significado de ese silencio.

Respira, papá. Necesitamos escucharte respirar.

Entonces, finalmente, él inhalaba y ella dejaba escapar un largo suspiro de agradecimiento.

Nunca he amado y apreciado tanto la respiración como amo y aprecio la respiración en este momento.

Cayó la tarde y Reinhard y su esposo acostaron a sus hijos. Escribió sus sentimientos durante esas largas horas y se durmió con el sonido de la respiración de su padre.

Llegó el lunes. Adair seguía aguantando. Pero su respiración se volvió más difícil a medida que sus pulmones se llenaban de la mucosidad que ha caracterizado a muchos casos de coronavirus. Reinhard comparó el sonido con alguien que usa una pajita en una taza de pasta. Se preguntó: ¿debí haber presionado a los médicos para que le pusieran un respirador?

Ahora siento una presión en mi pecho porque imagino que tus pulmones se están llenando, mientras el virus se filtra. Acabas de gemir suavemente y no sé si estás intentando decir que nos amas o si tienes dolor.

Rezo para que puedas ver ángeles detrás de tus ojos cerrados. Que puedas sentir su amor y el nuestro. Que nos puedas escuchar al otro lado del teléfono. Que puedas sentir los movimientos de tu alma, aunque tu cuerpo se esté entumeciendo.

Bien, vuelven los débiles y breves destellos de ruido blanco. Gracias a Dios. Solo recé la Oración del Señor, en breves momentos entre mis intentos de sofocar mis sollozos para que mis hijos no puedan oírme. Siento la presión del llanto detrás de mis ojos, mientras gimo como un perro y me limpio las lágrimas. Ahora también siento la presión en la garganta.

El dolor es una cosa extraña. Viene en olas impredecibles. Justo un momento antes, me sentía un poco culpable por sentirme bien. Y ahora estoy aquí, intentando soportar una gran ola de dolor mientras se eleva e intento respirar a través de él. Estoy respirando. Estás respirando. Estamos bien.

El teléfono se quedó en silencio. Diez minutos sin un sonido.

¡Estás de vuelta! El teléfono se había resbalado. Gracias, Dios. Ahora escuchamos respiraciones cortas y superficiales, cada una es un milagro. Estás ahí. Estamos aquí. Con un alivio obvio, cada uno de nosotros te decimos nuevamente cuánto te amamos. El bebé Skylar tiene hipo en la línea de Carrie. Es la vida y la muerte. El bebé recién nacido habla por teléfono con el abuelo que nunca conocerá.

Te escuchamos, papá.

Podía escuchar cómo las enfermeras lo acomodaban. Pensó que eran héroes que arriesgaban sus vidas por su comodidad. “Buenas noches, Don”, oyó decir: “Te veré mañana”.

Los hermanos estaban cansados. Las historias se ralentizaron. Reinhard se comió un pedazo de pizza. Su hija de 8 años, Caroline, apareció para preguntarle si el abuelo Don estaba mejor. Reinhard le respondió con sinceridad que lo escuchaba más tranquilo.

“¡Sí!”, dijo Caroline. “Muchas personas se han recuperado”. Entonces su sonrisa se desvaneció. “Y muchas han muerto”.

Me pregunto cómo el coronavirus influirá en la vida de mis hijos y su generación. Ahora pienso en lo que te definió a ti y a tus compañeros boomers. Vietnam... una guerra contra el comunismo en una tierra lejana. Hoy es el coronavirus... una guerra librada contra las gotas en el aire a nuestro alrededor.

Reinhard y sus hermanos acordaron descansar un poco. Necesitaban cuidarse, como hubiera querido su padre. Se fueron a dormir, pero nadie colgó.

Justo después de medianoche, entró otra llamada. Sabía qué era. Así que se preparó.

Ido. Te has ido.

Había pasado casi 36 horas al teléfono con él. Si se hubiera quedado tan solo una hora más, podría haber estado con él cuando murió. Aunque quizá no quería que sus hijos lo escucharan irse.

Si soy honesta, tal vez una parte de mí no quería escuchar tus últimos jadeos.

Miró su iPhone, todavía estaba conectado a la línea del hospital.

“Te amo, papá”, dijo al teléfono.

Se detuvo por unos momentos. Presionó el botón rojo para finalizar la llamada.

Y entonces llegó el dolor otra vez. Esta vez muy intenso.

Primero envió un correo electrónico a sus amigos y familiares. Estos lo compartieron con otros. Inspiró al colega de su esposo a retomar el contacto con su padre. Animada por su reconciliación, Reinhard publicó lo que había escrito en Facebook. Quería que la gente entendiera el costo del virus.

Como propietaria de un negocio, entiende por qué las personas están ansiosas por volver a trabajar. Ella tiene 36 empleados y también se preocupa por ellos.

Mi papá acaba de morir de COVID-19. Esta es mi crónica de los últimos dos días. Cuídense. Envíen amor.

5 de abril de 2020, por la tarde:

El terror que he sentido hoy es diferente a todo lo que había experimentado y solo puedo imaginar cuán difícil ha sido para ti, papá. Lamento mucho que estés pasando por esta pesadilla.

Fuiste al hospital después de una caída y se suponía que te darían el alta pronto. Pero el COVID se extendió, insospechado, por el pasillo, antes de que tuvieras esa oportunidad.

El sábado por la noche leí que la prueba dio positiva. No puedo describir el miedo que sentí en ese momento y pensé: ‘Esto no puede estar pasándole a mi familia’. De alguna manera pude recuperar la calma y me acosté con esperanza, porque los signos de tu salud eran alentadores.

Esta mañana, recibí la llamada y tu terrible pronóstico. ‘Aspiración... deterioro... sufrimiento... no hay mucho tiempo’. Tus pulmones quedaron devastados muy rápido. No podía entender completamente lo que decía la enfermera: no parecía real. Entonces me escuché decir: ‘¿Cómo vas a asegurarte de que esto no les pase a otras familias? ¿Por qué esperaron tanto para usar mascarillas y por qué no se hicieron más pruebas? ¡Esto no debió haber sucedido!’. Me sorprendí y recordé que ella era una mensajera inocente que estaba trabajando en la primera línea de la pandemia y le dije que agradecía su trabajo.

Lo hecho, hecho está. El peso de esta realidad me golpeó muy fuerte, las compuertas se rompieron y sollocé, dándome cuenta de que no podía ir para estar a tu lado. Sin visitantes. En el ala del COVID. Oh, Dios mío. Sentí una gran oleada de miedo y luego de angustia. Pero yo no podía quedarme atrapada allí. Necesitaba hablar contigo, papá, tan pronto como fuera posible.

“Te escuchamos, papá”: una hija pasa horas al teléfono para que su padre no muera solo de coronavirusVer fotos
Abby Adair Reinhard escribió sus experiencias por la muerte de su padre y las compartió en Facebook.
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Reinhard espera que sus palabras puedan ayudar a otros estadounidenses a comprender que el coronavirus no es una amenaza abstracta que afecta solo a las grandes ciudades. Está en todas partes. Se lleva a seres queridos que debían haber llevado una vida saludable en los años venideros.

“Experimentar esa amenaza a nivel emocional lo hace más real”, dijo. “¿Mantenerte a 2 metros de distancia de tu madre mientras lloras? No he podido abrazar a mi madre”.

Enterraron a Adair de una manera nueva y solitaria: pocas palabras, la Oración del Señor y “Gracia asombrosa”. Nueve personas y cinco minutos junto a una tumba en la parcela familiar a 16 kilómetros del sitio donde murió. Sus hermanos no podían estar allí. Ella les envió un video.

“¿Te imaginas? ¿Ver un vídeo del entierro de tu padre?”.

Llegó Pascua y su hijo cumplió 7 años.

Ella todavía habla con su padre. Todavía puede escucharlo respirar en el otro extremo de la línea.

También me escucho respirar con dificultad. Él ya no está en su cuerpo. Y yo no estoy del todo en el mío.

Este artículo fue publicado originalmente en Yahoo por USA Today.. /Yahoo

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