La ópera y sus desafiantes paradojas


Die Soldaten
Algunas reflexiones sobre el no futuro de la excelente ópera que se vio en el Colón.

Lo más probable es que esta producción de Die Soldaten, la ópera de Bernd Alois Zimmermann que subió en el Colón en carácter de estreno iberoamericano, no vuelva a verse aquí ni en ningún lado. Fue concebida especialmente para las dimensiones y los recursos técnicos del escenario del Colón, y no va a ser fácil que encaje en otro sitio. Parte de la escenografía seguramente se conservará durante un tiempo en un depósito del Colón, y después deberá dejarle al sitio a alguna otra. La capacidad de almacenamiento no es infinita.
Es una pena. La ópera tiene una economía extravagante; especialmente en este caso, donde además de los seis cantantes extranjeros del numeroso reparto hay que sumar el costo de horas y horas de trabajo, que probablemente haya duplicado lo que se requiere habitualmente en una ópera. Die Soldaten se estrenó el 12 de julio y los ensayos empezaron el 21 de marzo. Los cantantes realizaron aproximadamente 45 ensayos preparatorios en camarín; hubo 18 lecturas de la orquesta; el montaje técnico empezó el 28 de junio.
Para representar Die Soldaten el Colón tuvo que armar un cronograma completamente inusual. Se pudo llevar a cabo porque el título anterior, el Dido y Eneas de Sasha Waltz, fue interpretado por una compañía alemana, lo que permitió que las fuerzas locales se abocasen con el tiempo suficiente a Die Soldaten. Fue una gran apuesta técnica y estética de la dirección del Teatro, que tomó ese proyecto original del ciclo Colón Contemporáneo y decidió programarlo como un título de la temporada lírica oficial. La audacia fue recompensada: la entusiasta reacción del público generalmente algo arisco del Gran Abono superó las previsiones más optimistas.
La ópera vive actualmente una curiosa y desafiante paradoja. Por un lado, los teatros están en crisis y deben repensar seriamente sus estrategias; por el otro, da la impresión de que el género se volvió a poner de moda entre los músicos. Cuando Zimmermann escribió Die Soldaten, entre 1958 y 1963, era un rara avis en el paisaje de la vanguardia alemana. Nadie quería saber nada con la ópera. De unos años a esta parte casi no hay compositor que no piense o haya pensado en una ópera o una pieza de teatro musical, e incluso el genial miniaturista György Kurtág se encuentra a los 90 años terminando su primera incursión en el género (Final de partida, sobre la pieza de Beckett).
La tendencia mundial debería ser la de amortizar las producciones, ya sea la de Die Soldaten o cualquier otra. Una institución como Opera Latinoamericana, de la que el Colón es miembro, tiende precisamente a eso, y se sabe que en la próxima temporada habrá coproducciones del Teatro con el Real de Madrid y el Covent Garden, por un lado, y con las Operas de Santiago de Chile y Bogotá, por el otro.
De todas formas, hay que pensar que aunque Die Soldaten se esfume materialmente persistirá en la mente del público como una de las experiencias más extraordinarias que se hayan visto en mucho tiempo; más que la visita de algún tenor muy reputado, son estas cosas las que mueven la rueda de la ópera y despiertan el interés de nuevos públicos.

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