¿Cómo se mide cuánto vale el conocimiento para un país?


En la Argentina, se estima que la economía vinculada a ese bien intangible involucra el 22% del PBI, una participación que subiría a 26% en 2025; en Estados Unidos llega al 38%
LA NACION
DOMINGO 25 DE SEPTIEMBRE DE 2016
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Durante la campaña electoral de 1983 para las elecciones presidenciales que ganó Raúl Alfonsín, circularon infinidad de chistes sobre el dirigente del PJ Herminio Iglesias, por entonces candidato a la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Uno de ellos contaba la historia de una persona que visitaba un "mercado de cerebros" y consultaba por precios. El de Albert Einstein costaba US$ 100.000, el de Marie Curie lo mismo, pero el de Herminio Iglesias salía un millón de dólares. Cuando preguntaba por qué era tan caro, el dueño del negocio le respondía: "Porque está sin uso".
Medir el verdadero valor del conocimiento es una tarea complejísima para los economistas. Una sociedad en la que los "intangibles" empiezan a superar en valor a los productos tangibles conlleva desafíos de medición para los que las cuentas nacionales convencionales parecen no estar preparadas. "Los fenómenos disruptivos asociados a Internet y a la economía del conocimiento en general: redes sociales, comercio por Internet, buscadores, etcétera, genera nuevos fenómenos económicos que no se estarían captando en la medición tradicional del PBI en su completa magnitud. Parafraseando a (Robert) Solow, estos nuevos fenómenos disruptivos están en todos lados menos en las estadísticas", explica Ariel Coremberg en Progresos en medición de la Economía, un libro editado en 2015 por la AAEP. Las operaciones de las "economías por compartir", por poner un caso -Airbnb, Uber, etcétera- no se contabilizan en las cuentas nacionales en toda su dimensión. Lo mismo sucede con otras avenidas de tecnologías exponenciales cuyo verdadero aporte al crecimiento parece estar subestimado, lo que da lugar a que los optimistas del debate de la singularidad sostengan que el verdadero crecimiento de la economía mundial hoy es mayor al que reflejan las estadísticas oficiales.
Laura Converso y Tomás Castagnino, dos economistas que desde Accenture Argentina lideran equipos de investigación globales, se propusieron medir la economía del conocimiento a nivel local, y compararla con el tamaño en otros países. "Pese a la frecuente utilización del término Economía del Conocimiento, no existe una métrica que la cuantifique con precisión. Más aún, algunas formas de medición se tornan obsoletas. Por ejemplo, los benchmarks sobre número de patentes por país deja de tener sentido en la era digital, donde abunda el software libre y las organizaciones colaboran y cocrean bienes y servicios que contienen propiedad intelectual", comentaron Converso y Castagnino. Como se optó por abordar una definición amplia, que incluye la proporción de conocimiento que hay en cualquier producto o servicio, los economistas optaron por atacar la estimación desde la matriz insumo-producto. El modelo asume que el conocimiento agrega valor en todos los sectores de la economía y, al mismo tiempo, en cada etapa de la cadena de valor. Es decir que los factores productivos contribuyen en forma directa e indirecta a crear conocimiento.
La estimación se está terminando de afinar por estos días y se presentará en el Coloquio de IDEA en octubre, en Mar del Plata, pero ya hay un adelanto:
En la Argentina, la economía del conocimiento ya involucra el 22% del PBI. Es un valor bajo cuando se lo compara con otros países. En los Estados Unidos llega al 38%, en España y Japón al 32% y en Holanda al 30%.
Con la actual inercia, como los sectores intensivos en conocimiento crecen más que el promedio de la economía, el porcentaje subiría al 26% en 2025. Pero podría llegar a ser del 30% si hay un plus de políticas focalizadas en esta área. En números, este objetivo se lograría si se invierten US$ 5000 millones adicionales por año en ciencia y tecnología, y si se agregan 9900 trabajadores por año provenientes de las carreras "duras" (ciencias, programación, ingeniería, etcétera), sostiene Sergio Kaufman, presidente de Accenture y coordinador del trabajo.
El sector servicios es el más intensivo en el uso de conocimiento. Los sectores de educación y servicios empresariales e informáticos son los que más contribuyen a la economía del conocimiento.
En EE.UU. las industrias de mayor tamaño son las que más contribuyen directamente a la economía del conocimiento, mientras que en la Argentina la relación no es tan directa.
La proporción actual de capital tecnológico en el capital total argentino es de 2,9%, mientras que EE.UU. alcanzó ese porcentaje en 1999.
La mayor inversión en los sectores "conocimiento intensivos" no solo ayudaría a cerrar la brecha tecnológica con los países más desarrollados, sino que al mismo tiempo acelera la tasa de crecimiento del país un 0,5%.
La medición de la economía del conocimiento llega en un momento clave en el debate por la productividad local. Coremberg presentó semanas atrás una nueva estimación de serie de productividad en el largo plazo que muestra que los niveles de productividad para la Argentina hoy están por debajo de 1998 y muy lejos de 1974. "La productividad es la variable fundamental que nos permite ganar competitividad sin recurrir a devaluaciones o a esperar un auge de precios internacionales", explica el profesor de la UBA y director del capítulo argentino de Arklems, una iniciativa global con origen en la Universidad de Harvard.
La serie de largo plazo de Arklems muestra que la productividad de la economía argentina presentó un importante dinamismo entre 1952 y 1974. Sin embargo, a partir del Rodrigazo (1975), la eficiencia de la productividad de la economía entra en un tobogán de decadencia.
Para Coremberg, el desarrollo de capital humano en el área de conocimiento es una condición necesaria pero no suficiente para aumentar la productividad. "Todo depende del matching entre la demanda de calificaciones su oferta en el mercado de trabajo", dice. Uno de sus ejemplos favoritos es el del colapso de la Unión Soviética, cuando miles de ingenieros quedaron manejando taxis por la crisis macroeconómica. Con cerebros seguramente caros en el mercado del chiste de Herminio Iglesias, pero lejos de estar operando a su máxima capacidad.

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