El “buen vivir” de Amaicha se convirtió en vino
BODEGA COMUNITARIA
El lunes pasado, Día de la Pachamama, se inauguró la bodega comunitaria Los Amaichas. Sueños depositados en botellas.
Tres años después, Germán Floresmiraba en sus manos un fruto desconocido. Familiar sí, porque toda su vida estuvo enredado entre las viñas de su casa, entre las podas y las cosechas de uva criolla para hacer vino patero con su abuelo, mistela con su papá o simplemente para servirla en la mesa. Pero ahora, tres años después de aquel mensaje escuchado por radio, lo que colgaba de sus dedos eran uvas malbec.
Frutas amontonadas en un racimo apretado. Uvas dulces como la miel. Cáscara dura y abundante como nunca había visto en su vida. Y después de probar la primera cosecha, los labios morados como si hubiese pasado la noche tomando vino tinto. “Pero yo no soy muy del vino”, aclara con rapidez Germán, miembro de una de las 40 familias que producen las uvas para la bodega comunitaria Los Amaichas.
En la radio pasaban cada tanto un llamado a los interesados en plantar vides en sus terrenos. A los Flores les entusiasmó la idea, aun sin saber muy bien cuáles eran los fines. “Nos daban 350 plantas, los palos y los alambres, además de capacitaciones. Nosotros poníamos el trabajo y el terreno. Nos convencimos y nos anotamos, pero no sabíamos que iba a ser para hacer vino ni para la bodega comunitaria, pero aceptamos igual. Después nos enteramos de cuál era la finalidad de la cosecha y nos entusiasmamos”, relata.
Ahora está detrás del mostrador vendiendo a dos manos las primeras 6.600 botellas de Sumak Kawsay, la etiqueta que lleva el vino de la primera bodega comunitaria de Sudamérica y la tercera en el mundo.
Una botella de sueños
Afuera hay una fiesta, una fiesta grande porque es 1° de agosto y se venera el Día de la Pachamama. No por casualidad, además, es la presentación del vino de los Amaichas. Muchos de los presentes están probando por primera vez ese “vino indio” que se viene gestando desde 2009, cuando surgió la idea de impulsar la vitivinicultura colectiva. La Madre Tierra ha sido regada con el vino que salió de su propio vientre, los grupos folclóricos siembran alegría, el locro y las empanadas para todo el mundo alimentan el mediodía, que más tarde se endulzará con mazamorra y más vino y más música del valle.
Parece mentira que en una botella quepan tantos sueños: la bodega comunitaria es una esperanza para los amaicheños, un modo de producción que busca contagiar a otros pueblos originarios y es también el resultado del viejo anhelo de trabajar en conjunto entre el Gobierno provincial y el Gobierno de la Comunidad Indígena de Amaicha del Valle. Hay mucho para festejar.
“Esto es un sueño hecho realidad”, resume Eduardo Nieva, el cacique y ahora también delegado comunal de Amaicha, lo cual es un hito en el encuentro de los dos mundos que gobiernan la vida en la tierra de las coplas y del sol enamorado de las montañas. “Cuando en 2009 llevamos al Gobierno nuestros pedidos para la bodega nos dijeron que estábamos locos. Y cuando a este edificio le faltaba poco para estar terminado nos dijeron que ellos estaban todavía más locos porque nos iban a ayudar a terminarlo. Y hoy estamos acá. Confiamos, creemos, soñamos con que esto crezca. Ahora vamos por la regionalización del Valle Calchaquí, estamos convencidos de que es necesario mover la economía de manera regional”, desafía el cacique, envalentonado por haber logrado aquella locura.
Un mundo de iguales
Dentro de la bodega el desfile es incesante. Todos quieren saber todo, conocer el interior de este corazón que bombea vino de altura, este edificio circular construido en piedra donde flamean las banderas argentina y la de los pueblos originarios, una al lado de la otra. En la sala de fermentación espera Carlos Navarro, encargado de los procesos en la bodega.
Hasta el año pasado, cuando comenzaron a llegar las primeras uvas a la planta, Carlos no tenía idea de cómo producir un vino. Admite que sí lo tomaba, a diferencia de Germán, pero de hacerlo no tenía idea. Ahora habla con fluidez de su elaboración, explica cómo los comuneros cuidan las jóvenes plantas de uva malbec que luego se fermentarán en aquellos tanques de acero para luego reposar un año en barricas de roble. “A mí lo que más me entusiasma de todo esto es que es algo equitativo. No hay comuneros ricos y pobres. No hay grandes bodegas que vengan a comprarles las uvas por monedas y de una manera injusta. Acá somos todos iguales, económica y políticamente somos todos iguales. Y eso es el buen vivir de los Amaichas: dejar de lado los individualismos”, dice.
Parece mentira que en una botella quepan tantos sueños. Para los amaichas ahí está depositada su convicción de que el futuro será mejor si se vuelven a poner en práctica las costumbres que heredaron de los ancestros. La solidaridad y el trabajo comunitario son algunas de ellas. Y por eso, y no por nada, Sumak Kawsay, el nombre del vino de los Amaichas, significa “El buen vivir”.
Frutas amontonadas en un racimo apretado. Uvas dulces como la miel. Cáscara dura y abundante como nunca había visto en su vida. Y después de probar la primera cosecha, los labios morados como si hubiese pasado la noche tomando vino tinto. “Pero yo no soy muy del vino”, aclara con rapidez Germán, miembro de una de las 40 familias que producen las uvas para la bodega comunitaria Los Amaichas.
En la radio pasaban cada tanto un llamado a los interesados en plantar vides en sus terrenos. A los Flores les entusiasmó la idea, aun sin saber muy bien cuáles eran los fines. “Nos daban 350 plantas, los palos y los alambres, además de capacitaciones. Nosotros poníamos el trabajo y el terreno. Nos convencimos y nos anotamos, pero no sabíamos que iba a ser para hacer vino ni para la bodega comunitaria, pero aceptamos igual. Después nos enteramos de cuál era la finalidad de la cosecha y nos entusiasmamos”, relata.
Ahora está detrás del mostrador vendiendo a dos manos las primeras 6.600 botellas de Sumak Kawsay, la etiqueta que lleva el vino de la primera bodega comunitaria de Sudamérica y la tercera en el mundo.
Una botella de sueños
Afuera hay una fiesta, una fiesta grande porque es 1° de agosto y se venera el Día de la Pachamama. No por casualidad, además, es la presentación del vino de los Amaichas. Muchos de los presentes están probando por primera vez ese “vino indio” que se viene gestando desde 2009, cuando surgió la idea de impulsar la vitivinicultura colectiva. La Madre Tierra ha sido regada con el vino que salió de su propio vientre, los grupos folclóricos siembran alegría, el locro y las empanadas para todo el mundo alimentan el mediodía, que más tarde se endulzará con mazamorra y más vino y más música del valle.
Parece mentira que en una botella quepan tantos sueños: la bodega comunitaria es una esperanza para los amaicheños, un modo de producción que busca contagiar a otros pueblos originarios y es también el resultado del viejo anhelo de trabajar en conjunto entre el Gobierno provincial y el Gobierno de la Comunidad Indígena de Amaicha del Valle. Hay mucho para festejar.
“Esto es un sueño hecho realidad”, resume Eduardo Nieva, el cacique y ahora también delegado comunal de Amaicha, lo cual es un hito en el encuentro de los dos mundos que gobiernan la vida en la tierra de las coplas y del sol enamorado de las montañas. “Cuando en 2009 llevamos al Gobierno nuestros pedidos para la bodega nos dijeron que estábamos locos. Y cuando a este edificio le faltaba poco para estar terminado nos dijeron que ellos estaban todavía más locos porque nos iban a ayudar a terminarlo. Y hoy estamos acá. Confiamos, creemos, soñamos con que esto crezca. Ahora vamos por la regionalización del Valle Calchaquí, estamos convencidos de que es necesario mover la economía de manera regional”, desafía el cacique, envalentonado por haber logrado aquella locura.
Un mundo de iguales
Dentro de la bodega el desfile es incesante. Todos quieren saber todo, conocer el interior de este corazón que bombea vino de altura, este edificio circular construido en piedra donde flamean las banderas argentina y la de los pueblos originarios, una al lado de la otra. En la sala de fermentación espera Carlos Navarro, encargado de los procesos en la bodega.
Hasta el año pasado, cuando comenzaron a llegar las primeras uvas a la planta, Carlos no tenía idea de cómo producir un vino. Admite que sí lo tomaba, a diferencia de Germán, pero de hacerlo no tenía idea. Ahora habla con fluidez de su elaboración, explica cómo los comuneros cuidan las jóvenes plantas de uva malbec que luego se fermentarán en aquellos tanques de acero para luego reposar un año en barricas de roble. “A mí lo que más me entusiasma de todo esto es que es algo equitativo. No hay comuneros ricos y pobres. No hay grandes bodegas que vengan a comprarles las uvas por monedas y de una manera injusta. Acá somos todos iguales, económica y políticamente somos todos iguales. Y eso es el buen vivir de los Amaichas: dejar de lado los individualismos”, dice.
Parece mentira que en una botella quepan tantos sueños. Para los amaichas ahí está depositada su convicción de que el futuro será mejor si se vuelven a poner en práctica las costumbres que heredaron de los ancestros. La solidaridad y el trabajo comunitario son algunas de ellas. Y por eso, y no por nada, Sumak Kawsay, el nombre del vino de los Amaichas, significa “El buen vivir”.
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